Circuitos
neuroendocrino-inmunes
La moderna biología integrativa enfrenta la tarea de integrar múltiples
sistemas fisiológicos y genéticos con el uso de disciplinas como la
endocrinología, la neurociencia, la inmunología, la genética, la biología
celular y la biología molecular. La
coordinación entre múltiples sistemas
fisiológicos es compleja. Por ejemplo, las amenazas ambientales pueden alterar el circuito de
neuroendocrino-inmune-conducta disparando el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal
(HHA) y el sistema nervioso simpático para la liberación por las glándulas
suprarrenales de glucocorticoides y catecolaminas en la circulación. Estas
hormonas, a su vez, regulan al sistema
inmune en el cuerpo. Las diferentes respuestas del sistema inmune
optimizan la supervivencia, los mecanismos que subyacen al efecto de los
glucocorticoides no son uniformes y varían
en relación con la magnitud y
duración del estresor así como también
con relación a la historia de vida y la
conducta del animal estresado.
El reconocimiento de las interacciones
neuroendocrino-inmunes (NEI) comienza con la investigación biomédica de los
inicios del siglo XX, inicialmente con interacciones neuroendocrinas
básicas. Cuatro décadas de investigación
neuroinmunológica por Hugo Besodovsky y colaboradores proporcionan el soporte de las interacciones
entre los sistemas neuroendocrino e inmune. En 1975, Robert Ader y
Nicholas Cohen demostraron el condicionamiento conductual del sistema inmune
de ratas, lo cual proporcionó una fuerte evidencia que el sistema nervioso
puede afectar directamente el funcionamiento inmune. En 1994, Edwin Blalock
propuso un rol inmunoregulador para el cerebro y una función sensorial (“el
sexto sentido”) para el sistema inmune.
Las interacciones NEI en animales vertebrados e invertebrados es un área de investigación reciente que
comienza a recibir mucha atención desde
una perspectiva comparativa. Aunque este
enfoque comparativo ha sido abordado principalmente en vertebrados,
investigaciones recientes en invertebrados demuestran que los dos grupos de
animales poseen mecanismos análogos para coordinar las interacciones NEI y la
homeostasis. Estos hallazgos han disparado los campos de la ecoinmunología y la
psiconeuroendocrinología (PNE). Específicamente,
la ecoinmunología es un campo integrativo que involucra el entendimiento de los
factores que regulan la variación de
inmunidad en contextos ecológicos y
comparativos. Por su parte, la PNE es el estudio de las interacciones entre los procesos
fisiológicos y los sistemas nervioso e
inmune, con particular énfasis en la salud y la enfermedad humanas. Tres áreas
de investigación han recibido significativa atención en los campos de la ecoinmunología y la PNE: (1) eje HHA e
inmunidad, (2) modulación de la conducta en la enfermedad, (3) señales
metabólicas e inmunidad.
El sistema endocrino y sus conexiones con el sistema
nervioso son regulados por impulsos del
sistema inmune y viceversa. Las interacciones NEI involucran un esquema
multi-direccional que es mediado por factores extrínsecos (factores
ambientales, sociales) e intrínsecos (resistencia/tolerancia a la enfermedad,
homeostasis y alostasis, estatus
reproductivo, conducta). Las interacciones de primer orden involucran: (1) interacciones directas entre
los sistemas nervioso e inmune (inervación simpática del tejido inmune,
activación de microglia o núcleos
específicos en el cerebro a partir de citoquinas), (2) interacciones
endocrino-inmune (regulación hormonal de la inmunidad, activación de células
endocrinas por citoquina/quimioquina), (3) interacciones clásicas entre los sistemas nervioso y endocrino
(activación y modulación de la unidad hipotálamo-hipófisis,
neuromodulación por hormonas). Las interacciones de segundo orden
involucran conexiones de los tres sistemas para producir un efecto
fisiológico. Estas interacciones sostenidas
involucran un alto grado de coordinación para generar fenotipos neuroendocrino-inmune
complejos. Actualmente, hay evidencia de la integración completa de las
interacciones NEI en una variedad de especies.
La supervivencia
de un organismo está determinada por la capacidad de células, tejidos y
órganos para comunicarse unos con otros para mantener funciones como reproducción y crecimiento. Un
componente primario de esta red es el
modo de comunicación en la forma de
señales biorreguladoras: neurotransmisores, hormonas clásicas y citoquinas/quimioquinas. Los otros componentes necesarios son los
receptores que se unen a estos mediadores químicos en células, tejidos y
órganos. La modulación de la respuesta puede ocurrir a nivel de la producción
de señal o a nivel de receptores. Más aún, estos biorreguladores y receptores
no están atados a un solo sistema fisiológico. Por ejemplo, las células inmunes
responden a estimulación hormonal y neural y tienen la capacidad para producir hormonas y neurotransmisores
mientras las células endocrinas poseen receptores para citoquinas y
neurotransmisores. Por otra parte, las microglias del SNC secretan citoquinas y
tienen efectos en las respuestas neuroinflamatorias en el cerebro y en la conducta. Asimismo, una
variedad de células endocrinas responden a citoquinas/quimioquinas solubles, lo
cual permite la regulación fina de otros procesos fisiológicos durante la
estimulación inmune.
La homeostasis es la capacidad de los organismos para mantener la
estabilidad interna aun en una situación de cambio ambiental. Las asas de
retroalimentación NEI actúan manteniendo
la homeostasis a través de retroalimentación
negativa, es decir, moléculas efectoras
producidas a partir de cascadas NEI de retroalimentación para inhibir su propia
producción, Por el contrario, la retroalimentación positiva, involucra un
proceso inestable donde el producto estimula la cascada NEI para generar más
producto. El conocimiento de estos dos tipos
de retroalimentación es crítico
para entender la mayoría de asas de
retroalimentación, incluyendo las interacciones NEI. En un nivel básico, un
circuito simple es una ruta cerrada a través de la cual fluyen las señales. Un
circuito eléctrico básico incluye (1)
una fuente de voltaje (batería), (2) la carga (el trabajo hecho por el
circuito), (3) una ruta de conducción
(la ruta a través de la cual se mueven los electrones). Un circuito
cerrado forma un asa, del lado negativo al lado positivo de la fuente de
voltaje. ¿Son los circuitos NEI similares a los circuitos eléctricos? Los
componentes mayores de un circuito eléctrico también se observan en los circuitos NEI. Por ejemplo, las
células endocrinas, inmunes y/o neurales que producen señales biorreguladoras (hormonas, citoquinas,
neurotransmisores) actúan como la fuente de voltaje. De manera similar, el
efecto fisiológico acumulado resulta de
la unión de receptores a estas señales químicas (liberación de otro
biorregulador, transducción de señal y/o efecto fisiológico) podría representar
la carga. La ruta conductiva podría ser
local (autocrina, paracrina) o sanguínea
(endocrina) donde las señales químicas alcanzan las células /tejidos blancos.
En un esquema simplificado, es posible distinguir dos tipos de circuitos
en las interacciones NEI. (1) Interacciones de asa larga y (2) interacciones
locales. Las interacciones de asa larga
incluyen procesos que involucran señales a través de sistemas de múltiples órganos. Por
ejemplo, un inmunógeno que estimula el
sistema inmune provoca la producción de
citoquinas proinflamatorias en varias células inmunes (por ejemplo,
macrófagos), que a su vez afectan
estructuras neuroendocrinas distantes. Por el contrario, las interacciones
locales involucran NEI dinámicas que ocurren en el mismo tejido u órgano
(cerebro, órgano inmune, etc). Una
aplicación de esta diferencia se observa con la acción de los
esteroides, los esteroides locales
pueden producir efectos diferentes
a los esteroides sistémicos. En
ratones neonatos, las concentraciones locales de corticosterona son elevadas en
timo, hígado, bazo y/o cerebro con relación a los niveles circulantes. La
corticosterona derivada de órganos linfoides no es producida de novo a partir del colesterol, pero es regenerada a
partir de metabolitos adrenales, lo cual
no altera los niveles circulantes pues
son usados metabolitos inactivos (11-deoxicorticosterona) con poca actividad
glucocorticoide. Este mecanismo de regeneración permite mayores concentraciones
locales de glucocorticoides para regular la selección de células T
inmunocompetentes, mientras los niveles sistémicos son bajos para minimizar los
efectos perjudiciales de la exposición
crónica de glucocorticoides durante el desarrollo. Entonces, la relación entre
glucocorticoides y función inmune es
alterada dependiendo del circuito NEI
empleado (asa larga (periférico) versus local). Las interacciones asa larga y
corta trabajan juntas para regular la
homeostasis. Los principales impulsos en
el circuito general incluyen factores ambientales, interacciones sociales, así
como patógenos, mientras las salidas
primarias incluyen respuestas
inmunológicas y cambios hormonales y conductuales. Las interacciones NEI
locales ocurren en el cerebro así como interacciones autocrinas/paracrinas en
varios tejidos inmunes. La desrregulación
en cualquiera de estos circuitos
puede provocar patología e incrementar la susceptibilidad a la
enfermedad.
El fenotipo NEI es definido como las acciones colectivas
de asas de retroalimentación NEI que regulan
la fisiología, la morfología y la conducta de un organismo. El concepto de interacciones NEI distintas y
predecibles frente a situaciones patogénicas o factores ambientales /sociales
ha dado lugar a la hipótesis que en las
poblaciones ocurren múltiples fenotipos NEI. El ejemplo clásico de fenotipos NEI involucra ratas Lewis y Fischer (F344). Estas dos cepas
de ratas exhiben susceptibilidad opuesta a enfermedades autoinmunes y tumores,
lo cual ha sido relacionado con alteración de la función del eje HHA.
Específicamente, las ratas Lewis presentan mayor respuesta Th1-proinflamatoria,
son más vulnerables a la disfunción inflamatoria y autoinmune y exhiben menores
niveles de glucocorticoides que las ratas Fischer. En una población de humanos sanos, la
concentración de adrenalina (pero no de cortisol u hormonas sexuales) se
correlaciona inversamente con la
producción de citoquinas proinflamatorias y se han identificado dos fenotipos:
sujetos de baja versus alta respuesta. Los estudios recientes sugieren que las interacciones NEI no son
estáticas y exhiben plasticidad para acomodarse a los cambios en el ambiente.
Adicionalmente, hay que considerar el tiempo y la duración de las interacciones
NEI. El ejemplo de glucocorticoides e inmunidad ilustra este punto. La
elevación en glucocorticoides inducida
por el estrés puede alterar
significativamente casi todos los componentes
de la función inmune (proliferación celular, producción de citoquinas,
producción de anticuerpos y defensa inmune innata), pero el tiempo es crítico.
Si los circuitos NEI involucran la regulación precisa de
múltiples sistemas fisiológicos, es posible que los fenotipos NEI tiendan a coincidir con conductas específicas. En este contexto,
es bien conocido que la conducta, alterando la fisiología del huésped, puede
influir en la transmisión de enfermedades así como en la susceptibilidad a las
infecciones. Estos dos efectos pueden exhibir variaciones pues muchos
aspectos de la conducta reproductiva y
social del huésped son regulados por
mediadores endocrinos, como andrógenos y glucocorticoides, los cuales a su vez
regulan interacciones entre conducta y fisiología. Los cambios conductuales
resultan en modulación inmune y cambios simultáneos en los perfiles endocrinos. Por otra parte,
la estimulación de un circuito NEI por infección o inmunógenos puede producir cambios adaptativos en la conducta que colectivamente son
llamados conducta de enfermedad. Entonces, la conducta afecta las interacciones
NEI y viceversa. Los ratones de laboratorio (Mus musculus) son animales
sociales que han sido usados para demostrar los efectos conductuales de las
interacciones NEI. Los machos que son agresivos exhiben mayores niveles circulantes de corticosterona y desarrollan
parasitemia más tempranamente que los
machos menos agresivos, indicando que un alto estatus social puede incrementar
la susceptibilidad a la enfermedad. Las interacciones inmune-conductual pueden
ocurrir en ausencia de infección. Aunque las citoquinas proinflamatorias, como
IL-1 y TNF, están asociadas con el desarrollo de una respuesta inflamatoria, hay creciente
videncia que estas citoquinas juegan un
rol en la mediación de procesos
fisiológicos y conductuales en
animales sanos. Por ejemplo, la secreción de citoquinas está relacionada con
ritmos biológicos y el ciclo
sueño/vigilia y la pérdida experimental de sueño provoca la inducción de una
respuesta proinflamatoria en cerebro y tejidos periféricos. A nivel
crónico, las citoquinas proinflamatorias provocan el desarrollo de una variedad de desordenes en humanos, incluyendo depresión.
Las diferencias sexuales
en la inmunidad han sido
reconocidas como importantes
contribuciones a las variaciones en y
entre las especies. Una de las hipótesis
más controversiales debatidas entre
los ecologistas conductuales y
los biólogos evolucionistas es la de la desventaja inmunocompetente (ICHH)
formulada por Folstad y Karter en 1992.
Esta hipótesis emplea las interacciones NEI para explicar como se imponen algunas características
seleccionadas sexualmente en vertebrados machos. Estas interacciones involucran
efectos de la testosterona sobre la fisiología y la morfología. Por una parte, la testosterona suprime el
sistema inmune de una manera obligada (el costo o desventaja). Por otra parte,
la testosterona actúa aumentando la calidad
de algunas características seleccionadas sexualmente importantes para la
escogencia femenina (el beneficio). Varios años más tarde, se estableció que la naturaleza obligada de la
inmunosupresión por la testosterona podría ser evadida a través de una mutación que provoca
resistencia a la testosterona. En respuesta a este hallazgo, la hipótesis ICHH
original fue revisada para señalar que
la inmunosupresión por testosterona es
una respuesta adaptativa. El circuito ICHH original fue modificado para
acomodar conexiones entre los ejes HHA e HHG, así como también un rol
de la disponibilidad de energía en la mediación
de la relación entre inmunidad y señales sexuales.
La respuesta del huésped a un patógeno involucra
respuestas celulares y humorales que incluyen proliferación de linfocitos, tráfico
de monocitos, aumento de la producción de citoquinas y anticuerpos y cambios fisiológicos
y conductuales que permiten al
huésped sobreponerse a la infección. Los
cambios fisiológicos incluyen la activación del eje HHA, supresión del eje HHG,
motilidad intestinal reducida, fiebre y liberación de proteínas de fase aguda
por el hígado. Este estado fisiológico
alterado es a menudo llamado respuesta
de fase aguda (RFA) a la infección. Adicionalmente, la RFA se acompaña con
síntomas conductuales no específicos como anorexia (reducción en la ingesta de
alimentos), adipsia (sed reducida), anhedonia (incapacidad para sentir placer),
hiperalgesia, conducta soporífera, actividad reducida, disminución de la libido
y depresión. En roedores, la RFA
disminuye la ingesta de alimentos, pero no la conducta de acumular alimento, lo
cual sugiere que las necesidades energéticas inmediatas están desacopladas con
las demandas futuras durante una infección.
La idea que la
conducta de enfermedad representa una
defensa actual del huésped más que un
estado de debilidad fue demostrada por Matt Kluger y colaboradores en 1975.
Estos investigadores descubrieron que los animales ectotérmicos cuando
son infectados con bacteria elevan la
temperatura corporal procurando un microambiente más caliente. Por ejemplo, las
iguanas del desierto (Dipsosaurus dorsalis) tratadas con bacterias tienen altas tasas de supervivencia en ambientes cálidos y fríos, lo que sugiere
que la termorregulación conductual de la
fiebre tiene valor adaptativo. En 1988,
Benjamin Hart proporcionó fuerte evidencia
que la conducta de enfermedad es
una estrategia conductual adaptativa del
huésped que redirige energía a la
fiebre y defensas inmunes a expensas de
otras conductas (reproductiva, social y búsqueda de alimento). Este tipo de
circuito NEI involucra una serie de
interacciones de asas largas y locales que comienzan con la detección de un antígeno por el sistema inmune. El
reconocimiento ocurre cuando receptores Toll de macrófagos y células dendríticas se unen a moléculas presentes en la
superficie de los microbios. Las células inmunes activadas liberan citoquinas proinflamatorias (IL-1β, IL-6 y TNF-α). Estas
citoquinas promueven localmente el reclutamiento
de células inmunes, pero también
informan al cerebro y el hígado que la infección está ocurriendo a través de rutas neurales y endocrinas. En
respuesta, el cerebro induce cambios
metabólicos, hormonales y conductuales como fiebre, conducta de
enfermedad, activación del eje HHA y supresión del eje HHG. Los
glucocorticoides liberados por las adrenales actúan como un freno de la activación del sistema inmune para prevenir que la RFA cause daño excesivo
al cuerpo. Adicionalmente, los glucocorticoides
incrementan la gluconeogénesis y la lipólisis, lo cual moviliza
energía al sistema inmune. El
estatus de los depósitos de energía se
vuelve más importante a medida que
progresa la activación inmune y es conducido por hormonas metabólicas como leptina
y ghrelina. Los depósitos de energía muy bajos pueden provocar la terminación
de la conducta de enfermedad y la
supervivencia disminuye drásticamente
una vez que la masa corporal (y los depósitos de energía) disminuyen por debajo
de un umbral mínimo.
Un principio fundamental
de la ecoinmunología es que la respuesta inmune involucra costos
energéticos que potencialmente afectan otros procesos fisiológicos como la
reproducción, el desarrollo, el crecimiento y las señales sexuales. Es
generalmente aceptado que se requiere un aporte de energía estable para mantener las funciones biológicas y que
la energía es un recurso limitado. Por lo tanto, la disponibilidad de
energía de los organismos debe ser
estratégicamente distribuida entre los sistemas fisiológicos competitivos
así como para demandas futuras. Por ejemplo, varios estudios han demostrado
que un reto inmunológico puede incrementar la tasa metabólica y/o provocar una disminución en la reproducción y/o
crecimiento en una variedad de
vertebrados e invertebrados. Los mecanismos que subyacen a esta distribución estratégica de recursos son pobremente entendidos, pero ciertamente
son mediados por interacciones NEI. La
leptina juega un importante rol en la mediación
de la homeostasis energética y representa una hormona clave que proporciona una señal que coordina procesos inmunes,
neuroendocrinos y metabólicos. Codificada por el gen ob, la leptina es una hormona peptídica producida por los
adipocitos que tiene efectos anorexigénicos sobre el apetito. Adicionalmente,
la leptina ejerce acciones sobre la función inmune, la reproducción y el
desarrollo. En mamíferos, las reducciones experimentales de tejido adiposo
blanco por remoción quirúrgica (lipectomía) o de depósitos específicos de
tejido adiposo blanco, alteran la producción de anticuerpos y la función
inmune es restaurada con el
recrecimiento compensatorio del tejido
adiposo restante. Mientras la lipectomía
disminuye la leptina circulante por la remoción de la fuente de la
hormona, la restauración de la señal leptina
a través del tratamiento con
hormona exógena restaura la supresión
inmune inducida por lipectomía, aun en ausencia
de incrementos en la grasa
corporal. Estas señales del estado energético
y no de la energía total per se, regulan la respuesta inmune de una
manera dinámica.
En conclusión, el estudio de las interacciones
neuroendocrino-inmunes incrementa
nuestro entendimiento de cómo tres
sistemas del cuerpo (inmune, endocrino y nervioso) coordinan actividades
para regular la homeostasis frente
a cambios ambientales y sociales. Probablemente el ejemplo más obvio de esta integración es la respuesta al estrés, la cual juega un
rol crítico en la mediación de la conducta, la inmunidad y la fisiología. Las
interacciones neuroendocrino-inmunes
pueden ser conceptualizadas con el uso de una serie de asas de
retroalimentación, las cuales culminan en distintos fenotipos
neuroendocrino-inmunes. La conducta puede ejercer profundas influencias sobre
estos fenotipos, los cuales pueden a su
vez modular recíprocamente a la
conducta. Por ejemplo, los aspectos
conductuales de la reproducción incluyendo la agresión y la conducta paternal, pueden incidir sobre las interacciones
neuroendocrino-inmunes. Un ejemplo clásico es la hipótesis de la desventaja
inmunocompetente, la cual propone que las hormonas esteroides actúan como mediadoras de características importantes para la
escogencia femenina mientras suprime al
sistema inmune. Recíprocamente, las rutas neuroendocrino-inmunes pueden
promover el desarrollo de estados
conductuales alterados como la conducta
de enfermedad.
Fuente: Ashley NT, Demas GE (2017). Neuroendocrine-immune
circuits, phenotypes, and interactions. Hormones and Behavior 87:25-34.
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