Dinámica de la
neuromatriz del estrés
El estrés comúnmente es visto como la respuesta del
cerebro a una demanda y/o reto (referido como estresor). Los estresores pueden ser reales o
percibidos. Más aún, los estresores tienen distintas dinámicas temporales (recurrente, corto
plazo o prolongado) y pueden variar en
su intensidad (al menos en la percepción
individual). Es decir, los estresores
pueden ser débiles y relativamente fuertes, o resultar de eventos mayores, y pueden tener efectos
inmediatos o a largo plazo sobre el bienestar
del sujeto. Entonces, es básicamente inevitable que la mayoría de los individuos se sientan
estresados, al menos de vez en cuando. Sin embargo, es importante destacar que
no todo estrés es “malo” y/o perjudicial. En efecto, el estrés ha sido crucial
para nuestra supervivencia como especie, está intrínsecamente relacionado con
la evolución: supervivencia a través de la adaptación. Todos los animales y aún
otros organismos, como las plantas, tienen repuesta al estrés; sin embargo,
como en otros aspectos en la vida, si la respuesta al estrés no es moderada y
controlada, puede causar daño.
Algunas características de la respuesta al estrés son determinantes para la instalación de una respuesta de mala
adaptación al estrés: tiempo, variabilidad individual, predictabilidad y
controlabilidad. El tiempo no solamente
se refiere a la dinámica temporal de los
efectos del estrés en el cerebro, sino también a cómo el cerebro organiza la
respuesta a los estresores en diferentes estados. El segundo factor,
variabilidad individual, se refiere a cómo diferentes individuos experimentan el estrés de manera diferente. Los síntomas varían
desde ansiedad y/o depresión, ira y/o irritabilidad hasta complicaciones digestivas
o de la piel o inmunosupresión. Hay variaciones significativas en la manera que los sujetos responden al
estrés y esto es un elemento critico
para el establecimiento de la
mala adaptación al estrés y para su impacto sobre la salud mental y física. El
tercer factor, predictabilidad, sugiere
que si un individuo se expone repetidamente
al mismo estresor, el organismo desarrolla una respuesta adaptativa. El cuarto factor, controlabilidad (tener o no
tener el control sobre el estresor) es crítico para la instalación de sus
efectos deletéreos.
Los factores antes mencionados no son los únicos aspectos
críticos para entender cómo el estrés puede afectar y cambiar la estructura del cerebro. En efecto, los
conceptos de multiestabilidad, metaestabilidad y criticabilidad son claves para comprender como una red cerebral aprende dependiendo del repertorio inicial del
individuo. Los cambios adaptativos son
gobernados por mecanismos de bi -o tri- furcación donde ocurren
distintas rutas. Estas rutas alternas
dependen unas de otras y pueden
ser vistas como dos fases sucesivas del proceso de aprendizaje/cambio. Una
posible razón es que se necesita un
nivel mínimo de multiestabilidad
(alcanzado a través del mecanismo de bifurcación) para desarrollar
gradualmente la ruta del cambio.
Obviamente, los circuitos cerebrales se vuelven inestables y dan lugar a
la emergencia de nuevos estados. La dinámica de la coordinación multiestable
confiere al cerebro la capacidad para disponer de varios patrones. En la
dinámica de coordinación, la metaestabilidad es la realización simultánea de dos tendencias competentes: la
tendencia de los componentes
individuales para acoplarse y la tendencia de los componentes para expresar su
conducta independiente. La
metaestabilidad emerge de la multiestabilidad
y, en el cerebro metaestable, la actividad de los elementos individuales
no obedece ni a la dinámica intrínseca
de los elementos ni a la dinámica
dictada por el ensamble de los elementos. Los sistemas en criticabilidad exhiben un rango dinámico óptimo para procesar información pero cambian
como resultado de la adaptación
plástica de las sinapsis. El atributo de
criticabilidad es la razón del rápido cambio entre los diferentes
colectivos de neuronas cooperantes y por consiguiente de la generación redes con nuevas propiedades.
En sujetos sanos, un estimulo estresante produce una
activación consistente y reproducible de un conjunto de regiones cerebrales.
Esto puede ser considerado como la “matriz neurosensorial” del estrés, una
red necesaria, y probablemente
suficiente, para la percepción y
evaluación del estresor. La naturaleza
del estresor determina la ruta sensorial que inicialmente es reclutada. Si el
estresor es de naturaleza física (por ejemplo, un estimulo doloroso, la
exposición a citoquinas inflamatorias, la hipovolemia, la hipoglucemia), tiene
lugar la activación de núcleos del tallo cerebral o de órganos
circunventriculares. De estos sitios parten proyecciones que activan neuronas
que liberan hormona liberadora de corticotropina (CRH) y arginina vasopresina (AVP) (en el núcleo paraventricular del hipotálamo)
que controlan la liberación de corticotropina en la hipófisis anterior, la cual
a su vez controla la liberación de glucocorticoides en la corteza suprarrenal.
Si el estresor es un estimulo psicosocial, la activación ocurre en la amígdala,
el hipocampo y/o la corteza frontal entre otras estructuras del sistema límbico
que modulan la actividad de distintas
regiones como el núcleo del lecho de la
estría terminal o el núcleo del tracto solitario, núcleos del hipotálamo
dorsomedial, el núcleo arcuato, núcleos de la zona peri-paraventricular y por
consiguiente la actividad del núcleo paraventricular. Estos constituyen algunos
nodos/redes iniciales de activación en respuesta a los estresores.
Con el tiempo, la manera como el cerebro maneja los estresores, en términos de regiones y patrones de activación, sufre
un considerable cambio, lo que sugiere que hay una diferencia entre la neuromatriz
del estrés agudo y la del estrés crónico. En efecto, en el estado de mala
adaptación al estrés crónico hay un compromiso
de neuronas adicionales con
proyecciones distintas, lo cual resulta en modificaciones de los nodos y redes.
Más aún, la transición del estrés agudo al estrés crónico involucra una
reorganización neural, estructural y funcional, que inicia una serie de eventos
que potencian la ruta neural. Sobre la base de estas premisas se ha propuesto
un modelo con etapas independientes, aunque interactuantes, que son moduladas por factores que pueden explicar la dinámica
del estrés crónico en el cerebro: (1) susceptibilidad; (2) respuesta e injuria
inicial; (3) transición a la cronicidad y (4) mantenimiento de un “cerebro estresado”. Este modelo está inspirado en investigaciones desarrolladas en el campo
del dolor. En el dolor crónico hay áreas
y propiedades cerebrales específicas que están relacionadas con distintas
condiciones del dolor crónico, este patrón de actividad es el resultado de una reorganización específica,
continua y de larga duración que justifica la noción del dolor crónico como un
estado de enfermedad
neuropatológica. De manera
similar, en el estrés crónico, el modelo explica como el componente temporal
emerge de la interacción entre la red
donde el estresor fue primero percibido/procesado y las redes que conducen la
reorganización relacionada con la
experiencia. De acuerdo con este modelo, la transición de estrés agudo a estrés crónico es también
la transición de un estresor que pasa de una simple señal externa a una condición patológica. Esto
puede ser relevante para entender como
el estrés dispara varias condiciones
psiquiátricas como la depresión y el
estrés post-traumático.
Hay una significativa variabilidad en la respuesta
individual y la predisposición a los
efectos del estrés. Esta variabilidad tiene un origen multifactorial con
algunos mecanismos genéticos y epigenéticos implicados. Está demostrado que los
patrones de reacción a los estresores transmitidos genéticamente son altamente preservados en las especies
porque son críticos para la supervivencia y la evolución. Por otra parte, estudios
recientes han demostrado la relevancia
de los mecanismos epigenéticos en la
programación de los circuitos cerebrales
del estrés. Los datos obtenidos en modelos de roedores de estrés prenatal y perinatal o separación y
variación en el cuidado materno han revelado que la exposición a las
condiciones estresantes puede provocar perturbaciones neuroendocrinas más tarde
en la vida, y algunas de ellas pueden ser transmitidas transgeneracionalmente.
El estrés prenatal o la exposición a exceso
de glucocorticoides exógenos están relacionados con situaciones de salud adversas, incluyendo
bajo peso al nacer, disfunción neuroendocrina e incremento en el riesgo de enfermedades cardiometabólicas y
psiquiátricas en la vida postnatal. Las
alteraciones neuroendocrinas inducidas por el estrés están relacionadas con problemas conductuales y/o enfermedades
en la adultez. Estas observaciones
demuestran que la exposición previa
a condiciones estresantes induce
cambios biológicos que modifican la
maduración de los sistemas involucrados en los procesos activos de adaptación y
mantenimiento de la homeostasis (alostasis), particularmente aquellos de la
neuromatriz del estrés.
La activación del eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HHA)
es un blanco conocido de los efectos de
programación que pueden resultar en
distintas susceptibilidades a los estresores. Estos efectos pueden ser
trasladados a los distintos niveles de glucocorticoides (GC) producidos en
condiciones basales y en respuesta a un estimulo estresante. A su vez, las
variaciones en los niveles de GC y otras hormonas del estrés, directamente o a
través de alteraciones indirectas, activan otros nodos en el sistema nervioso central (SNC) y
disparan nuevos cambios en la neuromatriz del estrés. En este contexto, gran
parte de la investigación sobre los efectos del estrés en el cerebro está
dirigida al hipocampo. La idea central indica que la exposición prolongada de
las neuronas del hipocampo a altos niveles de GC resulta en la pérdida de la
inhibición por retroalimentación que
esta región del cerebro ejerce sobre el eje HHA. Esta idea ha sido reforzada
por las observaciones que indican que los GC pueden promover directamente la
apoptosis y hacen a las neuronas del
hipocampo más vulnerables a la excitotoxicidad y al estrés oxidativo. Sin embargo, el enfoque emergente es que la plasticidad de la red cerebral en respuesta al estrés involucra otros mecanismos. Un evento
plástico más rápido y dinámico en la adaptación neuronal es la remodelación sináptica, incluyendo
cambios en las proteínas sinápticas, los contactos de las astroglias en la sinapsis tripartita y alteraciones en el número de dendritas y en
el tipo de espinas. El estrés crónico o la exposición prolongada a niveles
altos de GC alteran el rendimiento cognitivo
y dispara la atrofia de dendritas y la pérdida de sinapsis en circuitos
del hipocampo dorsal. Sin embargo, estudios recientes demuestran que en el
hipocampo ventral tiene lugar el fenómeno opuesto. En este proceso pueden ocurrir dos tipos de cambios:
(i) si el estrés es sostenido, los cambios a nivel de dendritas y espinas tienden a evolucionar hacia estados más definidos en la estructura
y función de las neuronas, progresando a lo largo de rutas trans-sinápticas;
(ii) por el contrario, en condiciones en las cuales el contexto que dispara la
respuesta al estrés es alterado (por un período libre de estrés y/o
intervención terapéutica), estos cambios son reversibles y asociados con
recuperación funcional. Entonces, los efectos transitorios del estrés/GC sobre
la estructura y función del hipocampo (y otras regiones del cerebro) tienden a
apoyar la idea que la atrofia dendrítica y los cambios sinápticos, más que las
variaciones en el número de neuronas, son los mecanismos críticos a través de los cuales tiene lugar la
transición del estrés inicial a la fase
de cronicidad.
Una pregunta critica es si los efectos disparados por el
estrés son reversibles y/o si hay un “punto de no retorno”. Aunque algunos laboratorios han explorado el
tema de la reversibilidad, ninguno ha estudiado específicamente el establecimiento del punto de no retorno,
donde los cambios se vuelven irreversibles. No obstante, se ha demostrado que
similar a lo que ocurre en el hipocampo, los cambios inducidos por el estrés en
la morfología de la corteza prefrontal
son reversibles cuando los animales jóvenes tienen un periodo de recuperación después del
estrés. Sin embargo, el mismo protocolo experimental falló en inducir la recuperación en los animales
viejos. Esto indica que el punto crítico de reversibilidad es probablemente
influenciado por varios factores, uno de
los cuales es la edad. En humanos, también se ha demostrado que el impacto del
estrés en las redes corticoestriadas a nivel estructural y funcional, es
reversible, pero quedan algunas secuelas después del período libre de estrés.
Las intervenciones terapéuticas, particularmente el uso de antidepresivos
también producen una importante reorganización en circuitos neuronales
relevantes en el contexto de la neuromatriz del estrés. Por ahora, el punto de
no retorno, su relevancia clínica y si todos los individuos lo experimentan en
un nivel similar o distinto, son preguntas abiertas.
La función del cerebro se produce a partir de patrones de
actividad generados por nodos cerebrales interconectados. Esto se observa
claramente en estudios de imágenes cerebrales que permiten examinar la actividad cerebral e integrar tal
actividad en redes. Estos estudios indican que el cerebro puede ser registrado
como una red con procesos que pueden ser sincronizados. En este
contexto, la caracterización de los
cambios en la conectividad funcional entre redes cerebrales involucradas en
distintas funciones psicofisiológicas es
de relevancia para entender los síntomas
disparados por el estrés. Por ejemplo, un estudio reciente reveló un patrón
alterado en la conectividad de la red en ratas con estrés crónico. En humanos,
se ha reportado el hallazgo de un incremento en la conectividad funcional entre
la corteza prefrontal y la corteza del
cíngulo en sujetos estresados, el cual
puede ser manejado con antidepresivos. Por otra parte, varios estudios reportan
que la exposición a un episodio mayor de
estrés es un antecedente relevante para
el desarrollo de futuras formas agudas y crónicas de estrés post-traumático. La
pregunta clave es por qué algunos individuos desarrollan tales trastornos,
mientras otros son más resistentes al
episodio de estrés agudo. Varios predictores
(género, problemas psiquiátricos previos, intensidad y naturaleza de la
exposición al evento traumático y carencia de apoyo social) están implicados en
esa variabilidad. Estas
observaciones indican que el patrón de
actividad cerebral en el estrés crónico
es bastante diferente del observado en sujetos sanos, reforzando la idea
de que un cambio hacia una neuromatriz
estresada también subyace en la
transición de un episodio de estrés agudo a un constructo patológico.
En conclusión, tomando en cuenta que el cerebro es una
matriz compleja y dinámica, donde la conectividad es modificada constantemente por la experiencia instantánea del organismo,
es obvio que considerar al estrés crónico como una activación de nodos sensoriales y del eje HHA
resulta simplista e inadecuado. Mientras la repuesta al estrés depende
de algunos factores (tiempo, variabilidad individual, predictabilidad,
controlabilidad), la transición a la cronicidad y la recuperación dependen de determinantes
multifactoriales de
susceptibilidad/resistencia individual. La noción de una neuromatriz del estrés
única y constante no es sostenible. En la exposición al estrés crónico hay
activación de muchas regiones del
cerebro fuera de esa red, lo cual
sugiere que hay una distinción entre la neuromatriz del estrés agudo y la del
estrés crónico. Los estudios preliminares que colocan a las redes cerebrales en distintos estados de estrés revelan tanto las alteraciones dinámicas y las propiedades/respuestas
particulares que tienen lugar en la neuromatriz estresada. El modelo para
la transición del estrés agudo al estrés crónico integra evidencias preclínicas
y clínicas y refleja las diferencias entre
sujetos que experimentan estrés en diversas extensiones, incluyendo el
contexto de diferentes condiciones clínicas.
Fuente: Sousa N (2016). The dynamics of the stress
neuromatrix. Molecular
Psychiatry 21:302-312.
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