Efectos
neurobiológicos del estrés crónico
La palabra “estrés” es usada frecuentemente en el
discurso diario y su significado es ambiguo, pues se refiere
a muchas experiencias en la vida que algunas veces son beneficiosas y
otras veces negativas o traumáticas,
pero a menudo reflejan la rutina diaria de nuestra vida. La
definición común de “estrés” se focaliza
en los desafíos agudos como la
respuesta huir–o-volar y generalmente menciona como mediadores solamente a dos
de los sistemas involucrados, adrenalina y cortisol. La definición no menciona
otros mediadores o el rol del cerebro ni hace notar las conductas que pueden
resultar de las circunstancias de la vida de una persona. Una manera de
clasificar el estrés es como “estrés bueno, estrés tolerable o estrés tóxico” El
“estrés bueno” se refiere a la experiencia de superar un desafío y sentir una recompensa por un resultado
positivo. Un término relacionado es “eustrés”. Los resultados adversos también
pueden ser experiencias positivas que promueven la resiliencia en los
individuos. El “estrés tolerable” se
refiere a aquellas situaciones donde ocurren cosas malas, pero el individuo con
una arquitectura cerebral sana es capaz de hacer frente, a menudo con el apoyo
de la familia, los amigos y otros individuos. Aquí, el término “distrés” se
refiere al sentimiento de impotencia relacionado con la naturaleza del estresor
y el grado de carencia de capacidad del individuo para controlar el estresor. El “estrés tóxico” se refiere a la situación
en la cual las cosas malas le ocurren a
un individuo que tiene apoyo limitado y una arquitectura cerebral que refleja los efectos de eventos en la vida
temprana. Aquí, el grado y/o duración de “distrés” puede ser mayor.
En un ambiente socialmente y físicamente cambiante, el
cerebro y el cuerpo responden fisiológicamente y conductualmente a la adaptación.
Fisiológicamente, los sistemas simpático y parasimpático, el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal
(HHA), el sistema inmune, las hormonas metabólicas y los procesos metabólicos
en todos los órganos, incluyendo al cerebro, operan de una manera no lineal y promueven la adaptación vía “alostasis” (activando estabilidad a
través de la activación de estos sistemas). Pero los mismos mediadores tienen
efectos bifásicos y pueden promover
patologías cuando su actividad está fuera de balance (carga alostática o
sobrecarga). La adaptación y protección vía alostasis o vía carga alostática son los dos lados
contrastantes de la fisiología involucrada en la respuesta del individuo a los
cambios de la vida diaria. Un buen ejemplo de las acciones bifásica del estrés (protección vs daño) está en el
sistema inmune, en el cual un estresor agudo activa una respuesta inmune
adquirida vía mediación por catecolaminas y glucocorticoides y localmente
produce mediadores inmunes, pero la exposición crónica al mismo estresor por
varias semanas tiene el efecto opuesto y resulta en supresión inmune. Los
estresores más comunes son los que operan crónicamente, a menudo en bajo nivel
y nos llevan a actuar de determinada
manera. Estos estresores pueden causar ansiedad
o depresión, pérdida de sueño en la noche, ingesta de más calorías de
las que necesita el cuerpo, fumar o beber alcohol excesivamente. A menudo, el
individuo tiende a tomar medicamentos
-ansiolíticos, agentes promotores del sueño- para hacer frente al estresor
y con el tiempo, puede aumentar de peso y desarrollar otros síntomas de un estilo de vida no saludable. En todo
esto, el cerebro juega un rol central.
El cerebro es el órgano que determina lo que es
“estresante” y procesa las respuestas
conductuales y fisiológicas. Es un órgano que cambia su estructura, su perfil
molecular y su neuroquímica bajo estrés agudo y crónico y dirige muchos
sistemas del cuerpo –metabólico, cardiovascular e inmune- que están
involucrados en las consecuencias a
corto y largo plazo del estrés y las consiguientes conductas. En un cerebro sano, los circuitos neurales
son remodelados por experiencias que provocan respuestas conductuales
apropiadas. Por ejemplo, en un ambiente potencialmente peligroso, el individuo
es más vigilante y ansioso. El cerebro sano es resiliente y los circuitos
neurales se adaptan a una nueva situación con cambios en la expresión de genes.
El cerebro no sano puede tener circuitos mal adaptados y, en consecuencia, es
menos capaz de adaptarse apropiadamente.
En este caso, hay necesidad de una intervención externa que involucra agentes
farmacológicos y modificación conductual. La persistencia de esta condición
involucra la excesiva activación de aminoácidos excitadores, potenciados por
glucocorticoides, y daño irreversible, una etapa clave en la activación de la
cascada que provoca la enfermedad de Alzheimer que a su vez involucra la
inactivación del mecanismo adaptativo del receptor de insulina. Por el
contrario, el envejecimiento normal del cerebro involucra la pérdida reversible
de resiliencia, la cual puede ser contrarrestada por la actividad física regular.
El hipocampo, una región del cerebro involucrada en la
memoria episódica y espacial, es la puerta de entrada para entender cómo las
hormonas sistémicas afectan las funciones cerebrales superiores. En el
hipocampo, el estrés y los glucocorticoides causan reducción de dendritas y
pérdida de espinas. Los efectos del estrés agudo y crónico sobre la amígdala
difieren de los del hipocampo. Los estresores traumáticos agudos incrementan la
densidad de espinas en las neuronas de la amígdala basolateral (ABL) y el
estrés crónico provoca la expansión de dendritas en la ABL. En la amígdala
medial, el estrés crónico induce pérdida de espinas y reducción de dendritas.
Estas alteraciones están implicadas en un incremento de la ansiedad y en conductas
similares a los desordenes del estrés post-traumático (PTSD). En la corteza
prefrontal (CPF), el estrés crónico causa desramificación y reducción de
dendritas, mientras las neuronas de la corteza orbitofrontal se expanden, lo
cual puede estar relacionado con un incremento en la vigilancia y la reducción
de dendritas está asociada con rapidez cognitiva.
Los glucocorticoides producen efectos genómicos y no
genómicos en el cerebro a través de múltiples sitios y rutas. Ellos tienen
efectos bifásicos en los cuales el tiempo y el nivel de expresión de la
respuesta a los glucocorticoides son críticos. Las acciones genómicas de los
glucocorticoides involucran interacciones directas con los elementos de la
respuesta a los glucocorticoides y acciones indirectas vía factores de transcripción.
Los glucocorticoides también estimulan directamente la liberación de
aminoácidos excitadores a través de
receptores de membrana e indirectamente
regulan la liberación de GABA y
glutamato a través de su capacidad para inducir la síntesis local de
endocanabinoides. Los glucocorticoides también traslocan receptores de
glucocorticoides (GR) a las mitocondrias
en donde promueven el secuestro de Ca++ y regulan la expresión de
genes, estos efectos son bifásicos y los altos niveles de glucocorticoides causan una falla de este mecanismo y provocan
un incremento de la formación de radicales libres. En varios modelos animales
de ansiedad inducida por estrés traumático, la elevación de glucocorticoides
previene la formación de espinas dendríticas en la ABL. Los datos en humanos
con PTSD apoyan un rol protector de los niveles adecuados de glucocorticoides
en el momento del trauma. Por otra parte, el tratamiento con dosis altas de
glucocorticoides remeda al estrés crónico e induce alargamiento dendrítico en
la ABL. Por el contrario, las fluctuaciones ultradianas de
glucocorticoides median el recambio de
un subgrupo de sinapsis en la corteza cerebral. Más aún, los cambios
circadianos en la formación y remoción de espinas son importantes para el
aprendizaje motor. Los glucocorticoides también son capaces de programar
algunos de los relojes celulares circadianos en el cerebro y el hígado
provocando disonancia entre regiones del cerebro.
Los aminoácidos excitadores, particularmente el glutamato,
juegan un rol clave en los cambios estructurales y funcionales en el cerebro
pues el glutamato es el principal neurotransmisor excitador y su exceso causa daño e
inflamación. El estrés agudo eleva los niveles extracelulares de glutamato
a través de un proceso que implica a la corteza adrenal. La cortisona
actúa directamente a través de receptores mineralocorticoides (MR) y GR para
causar la liberación de glutamato. El exceso de actividad glutamatérgica, sin una
adecuada recaptación, provoca pérdida neuronal por un proceso que es exacerbado
por los glucocorticoides. El sobreflujo de glutamato juega un rol en la
conducta depresiva en modelos de
animales, en los que la supresión de la
neurogénesis puede ser prevenida por la regulación hacia arriba del receptor
metabotrópico de glutamato mGlu2 por agentes como acetil-L-carnitina (LAC) e
inhibidores de la desacetilasa de histonas, los cuales actúan en unos pocos
días e inhibidores de la recaptación de serotonina que actúan más
lentamente. El sobreflujo de glutamato
también está implicado en el envejecimiento y la demencia. Durante el
envejecimiento en la rata, el tratamiento con riluzole, conocido por retardar
la liberación de glutamato y promover la recaptación de glutamato por los
astrocitos, retarda el envejecimiento en el hipocampo. En humanos, muchos de
los cambios en los genes en la enfermedad de Alzheimer son revertidos por el
riluzole. La LAC además de efectos
antidepresivos rápidos también tiene funciones metabólicas, revierte rápidamente
la hiperinsulinemia y la hiperglucemia.
El cerebro es un blanco de la insulina y otras hormonas
metabólicas. En adultos de mediana edad, la resistencia a la insulina está
asociada con alteraciones de la memoria y la función ejecutiva, reducción en el
volumen del hipocampo y conectividad aberrante entre el hipocampo y la CPF
medial. Estos hallazgos son apoyados por trabajos recientes en modelos
animales, en los cuales la inactivación del receptor de insulina (IR) en el
hipocampo provoca alteraciones cognitivas sin consecuencias sistémicas,
mientras la inactivación del IR en el hipotálamo causa resistencia sistémica a
la insulina y dislipidemia. Los cambios inducidos en el hipotálamo son
revertidos por restricción calórica, lo que indica que el cerebro puede ser resiliente.
En algún punto hay un “switch” que dispara los cambios irreversibles que
provocan toxicidad de beta amiloide
(Abeta) y demencia. Antes de que se dispare este switch, la activación de
receptores NMDA de glutamato normalmente tiene un rol antioxidante suprimiendo la transcripción de FOXO1 en el
hipocampo, pero la excesiva y anormal activación de NMDA en el estado de
resistencia a la insulina es capaz de inducir la translocación de FOXO1 al núcleo provocando la generación de especies reactivas
de oxígeno y posiblemente la activación de quinasas del estrés que alteran la
señal insulina. Más aún, la producción de Abeta es acelerada y los oligomeros
Abeta entran en un círculo vicioso
provocando daño y disminución de la función mitocondrial bajo estas condiciones
y contribuye al ciclo de retroalimentación positiva de toxicidad. El péptido
similar a glucagón (GLP-1) tiene acciones insulinotrópicas y promueve pérdida
de peso, ejerce efectos neuroprotectores y anti-apoptosis, reduce la acumulación
de placas de Abeta, modula la potenciación de larga duración y la plasticidad
sináptica y promueve la diferenciación de células progenitoras de neuronas. En
modelos animales, los agonistas del receptor de GLP-1 mejoran el aprendizaje y
la memoria y reducen las conductas depresivas.
Los eventos en la vida temprana relacionados con el
cuidado materno juegan un poderoso rol más tarde en la salud mental y física.
Los modelos animales han contribuido enormemente al entendimiento de cómo el cerebro
y el cuerpo son afectados. Los efectos transgeneracionales trasmitidos por el cuidado materno pueden ser
subyacentes al fenotipo ansiedad detectado en adolescentes. Además de la
cantidad de cuidado materno, la consistencia en el tiempo de ese cuidado y la
exposición a novedades son también importantes.
El estrés prenatal altera el desarrollo del hipocampo en ratas. En
roedores, el cuidado materno insuficiente
parece estar involucrado en la inmadurez de la amígdala. Los factores
genéticos también juegan un importante rol en la salud del individuo.
Diferentes alelos de los genes determinan cómo los individuos responderán a las
experiencias. Por ejemplo, la forma corta del transportador de serotonina está
asociada con diferentes condiciones como
el alcoholismo y los individuos con este alelo son más vulnerables al desarrollo
de enfermedades depresivas. Los individuos con un alelo del gen monoamina
oxidasa A son más vulnerables al abuso en la niñez y se vuelven abusadores y
exhiben conductas antisociales en comparación con los individuos con el otro
alelo que comúnmente ocurre.
Los roedores hembras
no muestran el mismo patrón de
remodelación neural después del estrés crónico que los animales machos. En el hipocampo de las hembras no ocurre la
remodelación de dendritas de CA3 después del estrés crónico, aunque las
mediciones de las hormonas del estrés indican que las hembras experimentan los mismos
aspectos del estrés que los machos. Hembras y machos también difieren en las
consecuencias cognitivas del estrés repetido, con los machos –pero no las
hembras- exhibiendo alteraciones de la memoria dependiente del hipocampo. Por
el contrario, el estrés agudo mejora el rendimiento en machos, pero lo reduce
en las hembras por mecanismos que involucran a las hormonas gonadales en el
desarrollo y la vida adulta. Estos hallazgos sugieren que las diferencias
sexuales involucran sistemas cerebrales
que median cómo los machos y las hembras
interpretan el estímulo estresante.
Por otra parte, las ratas hembras fallan en la remodelación dendrítica
en la CPF medial que se observa en los machos después del estrés crónico en
aquellas neuronas que no se proyectan a la amígdala. Más aún, el tratamiento
con estradiol de ratas ovarectomizadas
incrementa la densidad de espinas dendríticas en la CPF medial, sin
importar el lugar hacia donde se proyectan. El hecho que los efectos de
estrógenos y andrógenos en el sistema nervioso central sean muy amplios indica
que hay muchas interacciones entre sexo y estrés en las diversas regiones del
cerebro y múltiples funciones programadas durante el desarrollo que afectan la
forma cómo el cerebro responde al estrés. En hombres y mujeres, los patrones de
activación neural para las mismas tareas son bastante diferentes entre los
sexos aun cuando el rendimiento es similar. Esto ha dado lugar al concepto que
hombres y mujeres a menudo usan estrategias y objetivos diferentes en su vida
diaria, debido en parte a diferencias en la arquitectura cerebral.
En conclusión, el cerebro es el órgano central del estrés
y la adaptación al estrés porque percibe
y determina lo que es amenaza, así como las respuestas conductuales y
fisiológicas al estresor, lo cual promueve
la adaptación (“alostasis”), pero también contribuye a la fisiopatología
(“carga alostática/sobrecarga”) por sobre uso y disrregulación. El cerebro
adulto, así como el cerebro en desarrollo, posee la capacidad para exhibir
plasticidad estructural y funcional en respuesta al estresor y otras
experiencias, incluyendo reemplazo neuronal, remodelación dendrítica y recambio
sináptico. El estrés puede causar un desbalance de los circuitos neurales que
subyacen a la cognición, la toma de decisiones y la ansiedad, lo que puede
incrementar o disminuir la expresión de los estados conductuales. Este
desbalance, a su vez, afecta la fisiología sistémica a través de mediadores
neuroendocrinos, autónomos, inmunes y metabólicos. En el corto plazo estos
cambios pueden ser adaptativos, pero si el estado conductual persiste con los
cambios en los circuitos neurales, la mala adaptación requiere intervención con
una combinación de terapias
farmacológicas y conductuales. Hay importantes diferencias sexuales en la forma cómo el cerebro responde a los
estresores.
Fuente: McEwen BS (2017). Neurobiological and systemic
effects of chronic stress. Chronic Stress 1: 1-11.
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