Insulina,
envejecimiento y cerebro.
La insulina influye en todos los aspectos de la fisiología humana. Además de regular la
homeostasis de la glucosa, la insulina contribuye a procesos neurobiológicos apoyando funciones
conductuales, celulares, bioquímicas y moleculares. En la literatura, la
evidencia que relaciona al
envejecimiento y la señal insulina incluye la prolongación de la vida en roedores a través de mutaciones
genéticas que afectan rutas de señalización
de la insulina o a través de intervenciones que regulan hacia abajo rutas sensoras de
nutrientes como la restricción calórica. Otros estudios incluyen datos sobre el
rol de la diabetes tipo 2 en el síndrome de envejecimiento acelerado y la mayor
incidencia de resistencia a la insulina
con la edad. En nematodos, las
manipulaciones neurales específicas de la señal insulina han sido relacionadas
con el envejecimiento. La insulina es producida en el cerebro de estos
organismos. En mamíferos y humanos, el receptor de insulina (IR) es
altamente expresado en muchas áreas
cerebrales, pero no está claro si la insulina es producida en el cerebro.
Inicialmente, la insulina, descubierta en 1921, fue
considerada una hormona periférica incapaz de
cruzar la barrera
hematoencefálica (BHE). Sin embargo, en 1967,
Margolis y Altszuler demostraron en perros que la concentración de
insulina en el líquido cerebroespinal
aumenta después de un incremento en la insulina plasmática, lo que
sugiere que la insulina es capaz de cruzar la BHE. En 1978, Havrankova y
colaboradores demostraron la amplia presencia
de IR en el sistema nervioso central (SNC) de la rata. Posteriormente
estos investigadores reportaron altos niveles
de insulina en extractos de cerebro de rata y encontraron que la
concentración de insulina en el SNC era considerablemente mayor que su concentración en la circulación. Sobre
la base de estos resultados propusieron un rol fisiológico para la insulina en
el SNC. En la década de los años 80, las investigaciones proporcionaron
evidencia que la insulina de la
circulación periférica cruza la BHE. En 1983, Dorn y colaboradores demostraron
que el cerebro humano contiene insulina en mayores concentraciones que la
sangre, con el hipotálamo como el sitio de mayor concentración. Más aún, estos
investigadores demostraron la presencia de altas concentraciones de insulina
en cerebro y medula espinal de
cadáveres de humanos, ratones y ratas.
En los últimos años, con el desarrollo de métodos no invasivos,
aumentaron los estudios sobre los efectos de la insulina en el cerebro. Estos estudios, demostraron,
por ejemplo, el rol clave que la señal insulina tiene en el hipotálamo en la
regulación de la producción hepática de glucosa y la ingesta de alimentos.
La disponibilidad de insulina en el cerebro es
estrictamente regulada y puede alcanzar niveles altos, pero la fuente de esa
insulina -periférica o sintetizada en el cerebro- es aún una pregunta sin respuesta definitiva. Hay evidencia de un transporte de insulina selectivo,
regulado, dependiente del tiempo, mediado por transportador y saturable. Además
de su paso a través de la BHE, existe un acceso directo de insulina al líquido
cerebroespinal. Esta ruta alternativa puede ocurrir a través de regiones circunventriculares que carecen de BHE como el área postrema. A diferencia de la BHE que contiene uniones
estrechas, los capilares en las regiones
circunventriculares son porosos por lo que permiten la difusión libre y directa
de sustancias plasmáticas en estas
áreas. La ruta a través de la cual la insulina
accede al cerebro tiene implicaciones
para la tasa de convección y
difusión, así como también para la distribución de insulina en el parénquima
cerebral.
En algunos modelos animales, la insulina es sintetizada
por neuronas en el cerebro y, como neuropéptido, ejerce acciones locales y
remotas, incluyendo la regulación de la homeostasis. En humanos, sin embargo,
la insulina es producida principalmente
en el páncreas, lo cual ha dado lugar a la pregunta acerca si en los humanos también puede ser considerada
un neuropéptido. Los criterios para clasificar a una sustancia como
neuropéptido incluyen la expresión del
gen y la biosíntesis por neuronas, almacenamiento y liberación regulada por
demanda y la capacidad para modular o mediar el funcionamiento neural a través
de receptores. Aunque el IR es abundante
en muchas áreas y núcleos del cerebro,
aún no está claro si la insulina es producida en el cerebro. Por lo tanto,
siguiendo estrictamente los criterios de la definición de neuropéptido, es aún tema de debate si la insulina de
mamíferos es un verdadero neuropéptido.
La evidencia a favor de la síntesis de insulina en el
cerebro deriva principalmente de estudios in vitro, incluyendo un estudio de Clarke
y colaboradores en 1986 que demuestra la
síntesis y liberación de insulina por neuronas y células gliales en cultivo de
cerebro de rata. En este estudio,
después de la despolarización de la membrana de las neuronas, la
insulina fue liberada de manera bifásica como ocurre en las células β del
páncreas. En 1990, Schechter y
colaboradores proporcionaron evidencia
in vitro e in vivo de la síntesis de
novo de insulina en cerebro de mamíferos. La evidencia in vitro incluye la demostración de ARNm
de proinsulina en neuronas en
cultivo de cerebro de rata fetal. En estudios in vivo, la presencia de ARNm de
proinsulina y la inmunoreacción de
insulina fueron detectadas en retículo endoplásmico rugoso, aparato de Golgi, citoplasma, axón, sinapsis
y dendritas de cerebro de rata fetal.
La señal insulina en el cerebro, como en los tejidos
periféricos, ocurre principalmente a través de la ruta IR, la cual contiene
varios nodos críticos de interacción con otras rutas de señalización. La
activación de la cascada de
señalización de la insulina comienza con
su unión al IR, el cual pertenece a la
familia de receptores tisosina quinasa,
la autofosforilacion del IR es esencial para su activación. Una vez
activado, el IR fosforila proteínas sustrato de receptor de insulina (IRS). Las
proteínas IRS también son activadas por la unión del IGF-1 a su receptor.
Entonces, las proteínas URS representan un nodo crítico de conversión de las cascadas de señalización
insulina e IGF-1 y su interacción con
otras rutas como la señal citoquina. Las
proteínas IRS fosforiladas, además de activar la ruta Ras-proteína quinasa
activada por mitogenos (MAPK), sirven como sitio para el ensamblaje y la
activación de, entre otras, la fosfoinositol-3 quinasa (PI3K), la cual genera al segundo mensajero lípido
fosfatidilinositol 3,4,5-trifosfato (PIP3). La PI3K representa otro nodo
crítico de interacción con otras rutas de señalización, incluyendo la
c-Jun-N-quinasa terminal (JNK). Niveles elevados de PI3K activan a la proteína quinasa
dependiente de fosfoinositosido-1 (PDK1) y a la AKT. La AKT representa otro
nodo crítico de interacción con el blanco
de rapamicina de mamífero (mTOR). Los blancos de AKT incluyen a la glucógeno sintetasa
quinasa 3 (GSK3), al sustrato de AKT de 160 kDa (AS160, cuya fosforilación es
requerida para la translocación a la membrana plasmática del
transportador de glucosa GLUT4) y a
factores de transcripción FOXO. La fosforilación de FOXO induce su
translocación al núcleo, lo cual causa
cambios profundos en la transcripción de
factores claves implicados en el metabolismo, la regulación del ciclo celular,
la apoptosis y la resistencia al estrés oxidativo.
En humanos y mamíferos superiores, el IR está ampliamente distribuido en tejidos periféricos, con funciones
en el transporte de glucosa en
las células, inhibición de la producción hepática de glucosa e incremento de la captación de glucosa en músculo y
tejido adiposo. El IR es un tetrámero con dos subunidades α y dos subunidades
β, Las subunidades del IR cerebral difieren estructuralmente de las subunidades
del IR periférico porque son de menor peso molecular y pueden resistir la
exposición a altas concentraciones de
insulina sin tener regulación hacia abajo. El cerebro de mamífero tiene IR específicos,
los cuales son de dos tipos. Uno es el tipo específico neuronal/neurona, el
cual es abundante en neuronas y el segundo tipo
es el neuronal/periférico, con menor densidad en células gliales. El IR es altamente expresado en las neuronas
con altas concentraciones en cuerpos
celulares y sinapsis y menos abundante
en las células gliales. En el cerebro, el IR es altamente expresado en bulbo
olfatorio, hipotálamo, hipocampo, cerebelo, amígdala y corteza cerebral.
La evidencia acumulada sugiere que las concentraciones
regionales específicas de IR reflejan funciones asociadas con regiones
cerebrales particulares. Por ejemplo, la rica expresión del IR en hipotálamo y
sistema límbico incluyendo hipocampo, corteza piriforme y amígdala, áreas que
se conectan recíprocamente y se comunican unas con otras, sugiere un rol en las
emociones y las funciones cognitivas superiores, particularmente aprendizaje y
memoria. Las mayores concentraciones de IR se encuentran en hipocampo, el cual
está involucrado en el proceso de memoria espacial, lo que sugiere un rol de la
insulina en el aprendizaje y la memoria declarativa. La insulina también está
involucrada en la regulación de la ingesta de alimentos, lo cual es
consistente con la alta
concentración de IR en bulbo olfatorio e
hipotálamo. Más aún, la alta
concentración de IR en el plexo coroideo sugiere que puede ser requerido para el transporte de insulina periférica a través de la barrera sangre-liquido
cerebroespinal.
La insulina, la hormona anabólica más potente identificada
hasta ahora, tiene funciones metabólicas y no metabólicas. La insulina regula
la ingesta de alimentos, la homeostasis de glucosa, lípidos y energía y
estimula la síntesis –e inhibe la degradación- de glucógeno, triglicéridos y
proteínas. Esta involucrada también en la regulación de la conducta hedónica y
en el control no homeostático de la ingesta de alimentos y otras sustancias vía
procesos de recompensa. La presencia de insulina e IR en el cerebro indica que
es un órgano blanco para la insulina. En
efecto, la insulina juega un rol clave en la plasticidad sináptica, la
apoptosis, la reproducción y el crecimiento. Adicionalmente, se ha sugerido que
ejerce efectos neurotróficos sobre neuronas del SNC. La insulina incrementa la
síntesis de proteínas neuronales y la expresión de proteínas del citoesqueleto,
el crecimiento, la migración y la diferenciación de neuritas, la formación de
sinapsis, la supervivencia neuronal, el desarrollo de circuitos y el tráfico de
receptores postsinápticos de neurotransmisores. La evidencia a favor del rol de
la insulina como neurotransmisor en el SNC incluye observaciones que indican
que: (i) la insulina está presente en neuronas, (ii) las neuronas contiene IR
específicos y (iii) la insulina afecta la descarga neuronal y el metabolismo de catecolaminas. La
insulina también afecta la función de la BHE, incluyendo la capacidad de
transportar de otras sustancias. Además del plexo coroideo, los sitios de unión
de insulina se han descrito en células endoteliales cerebrales. La insulina
también tiene propiedades neuroprotectoras y juega un rol importante en
procesos cognitivos como la atención, el aprendizaje y la memoria. En humanos, se ha demostrado que la
aplicación directa de insulina en el SNC mejora la memoria y la cognición. En
suma: la insulina está involucrada en
atributos que son esenciales para un envejecimiento saludable.
El cerebro juega un rol clave en el mantenimiento de la
homeostasis, es decir, la capacidad para
mantener los parámetros vitales dentro de límites estrechos, a pesar de las
fluctuaciones en el ambiente externo. La homeostasis metabólica requiere la
integración de numerosos factores por el hipotálamo y estructuras cerebrales
vecinas, para producir una respuesta coordinada al flujo de combustibles. La
insulina es uno de esos factores e
informa al cerebro sobre el estatus
energético. El rol de la insulina en la regulación central de la homeostasis
energética fue sugerido a partir de la observación que la insulina circula en
proporción a la masa grasa en la mayoría de mamíferos y que la administración
intra-cerebroventricular de insulina en monos resulta en reducción en la
ingesta de alimentos y el peso corporal. Las neuronas reguladoras del sistema nervioso autónomo en el
hipotálamo y el tallo cerebral son responsables del mantenimiento de la
homeostasis energética y los cambios funcionales en estas áreas están asociados con el
desarrollo de diabetes. Por otra parte, la unión de insulina al IR y la activación
de la ruta PI3K en neuronas del hipotálamo que responden a la glucosa han sido
implicadas en los efectos centrales de la insulina sobre la producción hepática
de glucosa. La insulina también está involucrada en la regulación de la homeostasis energética
vía IR en el hipotálamo ventromedial y actúa sobre el cerebro para suprimir la
ingesta de alimentos. Entonces, la insulina
actúa como un factor de saciedad, un hallazgo que es apoyado por la observación que la respuesta de las
neuronas excitadas por glucosa en los núcleos ventrolateral y ventromedial del
hipotálamo para disminuir la glucosa es facilitada
por la insulina.
En humanos, la preservación de la sensibilidad a la
insulina ha sido asociada con longevidad.
La resistencia a la insulina predice el desarrollo de enfermedades
relacionadas con la edad, incluyendo hipertensión, enfermedad cardiaca
coronaria, cáncer y diabetes tipo 2. Los mecanismos sugeridos que contribuyen a la disminución de la sensibilidad a la insulina en la vejez
incluyen; (i) defectos en la acción de
la insulina por alteraciones a nivel de receptor y post-receptor, (ii)
disminución en la oxidación de glucosa estimulada por insulina, (iii) reducción en la respuesta de las células β a la glucosa
y (iv) alteración de la captación de glucosa mediada por insulina e incapacidad
para suprimir la producción hepática
de glucosa. Los factores
adquiridos más comunes que causan resistencia a la insulina son la obesidad y
el estilo de vida sedentario. El incremento en la adiposidad visceral está asociada con mayor secreción de
citoquinas inflamatorias y la inducción de resistencia a la insulina. Por otra
parte, el exceso de nutrientes resulta
en una aumentada exposición de células y tejidos a niveles
elevados de glucosa y ácidos grasos.
Esta exposición puede activar varias rutas inflamatorias intracelulares,
provocar disfunción mitocondrial, mayor producción de especies reactivas de
oxigeno (ROS) e inducir resistencia a la leptina y la insulina. Las ROS pueden tener efectos
estimuladores e inhibidores sobre la
señal insulina. En condiciones fisiológicas normales, la activación óptima del IR requiere de NADPH oxidasa en muchos
tipos de células. Adicionalmente, niveles bajos de ROS pueden activar al IR de
manera independiente de insulina. Por el contrario, los niveles elevados de ROS
o la exposición prolongada inhiben la señal insulina e inducen resistencia a la
insulina. Si los órganos periféricos
como músculo esquelético y tejido adiposo responden menos a la insulina, la
euglucemia se mantendrá por la capacidad del páncreas de hipersecretar insulina. Sin embargo, la exposición a continuos
brotes de hiperinsulinemia puede sobre
estimular a los tejidos que mantienen respuesta normal a la insulina, como el
hígado, lo cual resulta en un perfil de lípidos pro-aterogénico. Otros datos implican a la adiponectina, una
adipoquina anti-inflamatoria secretada por el tejido adiposo, en la asociación entre resistencia a al
insulina y duración de vida. Los efectos
de la adiponectina sobre la sensibilidad periférica a la insulina también
implican efectos centrales sobre la reducción
de la inflamación hipotalámica inducida por dietas ricas en grasas.
La inflamación crónica es parte de la remodelación
regular que facilita la reparación tisular. Sin embargo, una respuesta
inflamatoria persistente puede provocar
degeneración tisular por activación de
leucocitos, citoquinas o deposición de colágeno. Una estructura clave en donde
se relacionan la inflamación y el envejecimiento es el hipotálamo. La dieta
rica en grasas induce inflamación hipotalámica, la cual ha sido involucrada en
el desarrollo de resistencia a la insulina y obesidad. La dieta rica en
grasas induce la activación molecular y
funcional de la ruta de señalización de
insulina acompañada por la expresión de
citoquinas pro-inflamatorias (IL-1β, TNFα e IL-6) y proteínas de la respuesta
inflamatoria en el hipotálamo. Más aún, la inflamación hipotalámica disminuye
la eficacia de la insulina administrada centralmente para inhibir la lipolisis
antes del inicio de la resistencia periférica a la insulina en el tejido
adiposo blanco. Investigaciones
recientes en ratones han demostrado que la inflamación hipotalámica inducida
por una dieta rica en grasas ocurre rápidamente y es mediada por la hiperactivación de las microglias hipotalámicas, la cual está
asociada con gliosis en el núcleo arcuato y una eventual reducción en el número
de neuronas POMC, claves en la regulación de la homeostasis energética y la adiposidad .Las microglias
son macrófagos residentes que juegan un
importante rol en el aclaramiento de
restos celulares vía fagocitosis y la liberación de citoquinas pro-inflamatorias
que reclutan otras células inmunes en el
sitio de la lesión en el SNC. Después de la lesión, son reclutados macrófagos M2 derivados de monocitos en el
sitio de la lesión, los cuales tienen un rol esencial en la resolución de la
inflamación. La actividad
anti-inflamatoria de los macrófagos M2, a través de la expresión de IL-10, es
requerida para la regulación de las microglias activadas. Adicionalmente, su
expresión de enzimas que degradan la matriz favorece el recrecimiento axonal. Las células
T específicas del SNC facilitan el reclutamiento de macrófagos M2 a través del
plexo coroideo.
En conclusión, la insulina, además de su acción en
órganos periféricos como el hígado, el músculo y el tejido adiposo, afecta
características importantes del metabolismo de la glucosa a través de mecanismos centrales. La señal
insulina ha sido relacionada con la longevidad en diversos organismos desde
nematodos hasta mamíferos. Mientras la insulina es claramente un neuropéptido
en los nematodos, aun no está claro cómo
la insulina contribuye a las diferencias en el metabolismo de la glucosa en el
contexto de condiciones asociadas con el envejecimiento acelerado, como la
obesidad, y el envejecimiento retardado, como la longevidad de sujetos saludables. Datos recientes
indican que la obesidad está asociada con disminución de la acción de la
insulina en el cerebro. Los potenciales mecanismos que contribuyen al déficit
de la acción de la insulina en el cerebro están relacionados con alteraciones
en el transporte de insulina de la periferia al cerebro y la reducción de la sensibilidad a la insulina en el
cerebro debido a inflamación hipotalámica. Por el contrario, la longevidad de sujetos
saludables está asociada con la
preservación de la acción de la insulina en el cerebro.
Fuente: Akintola AA y van Heemst D (2015). Insulin, aging, and the brain: mechanisms and
implications. Frontiers in Endocrinology
6: Article 13.