Inmunología del embarazo y la menopausia
La prevalencia de
enfermedad de Alzheimer (EA) es mayor en mujeres que en hombres en la mayoría
de regiones del mundo, particularmente en adultos mayores. La patogénesis de la
EA involucra procesos inflamatorios y actividad autoinmune, y varios tipos de
enfermedades autoinmunes han sido relacionadas con un incremento en el riesgo
de EA. En general, las mujeres son más frecuentemente afectadas por enfermedades
autoinmunes que los hombres y la relación mujeres a hombres es de 3:1 para
esclerosis múltiple (EM), 7:1 para artritis reumatoidea (AR) y 16:1 para
síndrome de Sjögren. Algunas enfermedades autoinmunes tienen considerable
impacto sobre la estructura cerebral y
pueden acelerar los procesos de envejecimiento neural. A pesar del conocimiento
sobre prevalencia sexual, síntomas, severidad y respuesta al tratamiento, hay
relativamente poca información de acerca de cómo la inmunología específica de
sexo afecta el envejecimiento cerebral. Estudios recientes demuestran que las
fluctuaciones hormonales relacionadas con el embarazo influyen en la
plasticidad neural y la estructura cerebral en animales y humanos y que los
procesos inmunoendocrinos relacionados con la menopausia pueden tener efectos
significativos sobre la salud cerebral. Durante el embarazo y la menopausia, el
sistema inmune de la mujer experimenta cambios sustanciales y la evidencia
sugiere que las regulaciones inmunes que ocurren durante estas fases
transicionales pueden influir en el envejecimiento cerebral de la mujer más
tarde en la vida.
Cuando ocurre el embarazo, el sistema inmune
materno desarrolla una tolerancia al feto y se adapta a un estado de
inflamación de bajo nivel que se caracteriza por un fino balance entre
citoquinas anti-inflamatorias y citoquinas pro-inflamatorias. El sistema inmune
fluctúa entre tres estados inmunológicos con perfiles inflamatorios únicos y
cada uno corresponde a los estadios de
la gestación: un estado pro-inflamatorio asociado con la implantación y la
placentación, un estado anti-inflamatorio relacionado con la tolerancia y el
crecimiento fetal, y un estado pro-inflamatorio final que inicia el parto. Un
embarazo exitoso depende de la capacidad del sistema inmune para adaptarse a
cada estado inmunológico. En combinación con las modulaciones endocrinas, las
adaptaciones inmunes relacionadas con el embarazo pueden influir en la
plasticidad cerebral materna durante el embarazo y el postparto y
potencialmente afectar el curso del envejecimiento neurobiológico más tarde en
la vida.
Durante el embarazo y el postparto, la
plasticidad neural cerebral apoya la adaptación y la protección de la cría. En roedores, las
adaptaciones cerebrales durante el embarazo y el postparto incluyen cambios en
el volumen, la morfología dendrítica y la proliferación celular, así como
alteraciones de la neurogénesis en el hipocampo. La neurogénesis en el
hipocampo aumenta durante la edad media en ratas primíparas y disminuye en
ratas nulíparas en el mismo período, indicando efectos de la experiencia
materna sobre el cerebro. Alteraciones en las microglías, las células inmunes
innatas del cerebro, han sido detectadas en ratas hembras, con una
significativa reducción en la densidad microglial en amígdala, corteza
prefrontal medial, núcleo accumbens e hipocampo durante el embarazo tardío y el
posparto temprano, indicando un rol central de los mecanismos neuroinmunes en la plasticidad cerebral materna. En ratas,
las concentraciones de las citoquinas interleuquina (IL)-6 e IL-10 en el
hipocampo aumentan después del parto y distintos cambios en la expresión de
IL-1β e IL-6 se observan en hipocampo y corteza prefrontal medial durante el
embarazo y el postparto.
En humanos, se observa una reducción del
volumen cerebral total durante el embarazo con reversión seis meses después del
parto. Un estudio reciente demuestra reducciones en el volumen de la sustancia
gris después del embarazo, principalmente en regiones relacionadas con la
cognición social, la línea media anterior y posterior, la corteza prefrontal
lateral y la corteza temporal.
Adicionalmente, se observa una correlación positiva entre los meses
postparto y el engrosamiento cortical de regiones prefrontales. Las
alteraciones en la estructura cerebral pueden depender de la región y el tiempo
después del parto y mientras algunos cambios en el cerebro materno se revierten
después del parto, otros se pueden extender más allá de esta fase e influir en
el envejecimiento neurobiológico más tarde en la vida.
La plasticidad cerebral que ocurre durante y
después del embarazo está relacionada con modulaciones endocrinas. Los cambios
en hormonas como progesterona, estrógenos, prolactina, oxitocina y cortisol
regulan la plasticidad cerebral y pueden influir en la estructura cerebral a
través de la regulación de la morfología cerebral. Cuatro estrógenos endógenos están
presentes en la mujer: estrona (E1), 17β-estradiol (E2), estriol (E3) y
estetrol (E4), con el E2 como el más prevalente y potente estrógeno circulante.
En el embarazo temprano, los niveles de
progesterona, E1 y E2 aumentan e influyen en la señal transcripcional de
respuestas inflamatorias para suprimir las alorespuestas maternas perjudiciales
y favorecer la tolerancia inmune gestacional. Por ejemplo, los niveles
aumentados de progesterona promueven la diferenciación de células T CD4+ en
células T ayudadoras tipo 2 (Th2), las cuales liberan citoquinas
anti-inflamatorias incluyendo IL-4, IL-6 e IL-10. El E2 media la activación de
células T CD4+ y la secreción de IL-10 a través del control de células B
reguladoras inmunosupresoras. La progesterona y el E2 juegan una parte
importante en la creación de un ambiente inmune anti-inflamatorio para promover
el crecimiento fetal. Mientras los cambios inmunes modulados por hormonas en el
embarazo son sustanciales, alguna evidencia indica que las fluctuaciones de las
hormonas ováricas en el ciclo menstrual pueden involucrar cambios inmunes en
pequeña escala que son reminiscencia de los observados durante el
embarazo. Los niveles de hormonas
ováricas disminuyen rápidamente en los días premenstruales y en el postparto y
ambas fases están asociados con un incremento en la severidad de los síntomas
de enfermedades relacionadas con Th1 como la EM.
Las fluctuaciones hormonales y sus
interacciones con los procesos inmunes contribuyen a las adaptaciones
cerebrales maternas, pero sus efectos a largo plazo sobre el envejecimiento
cerebral no son completamente entendidos. Por ejemplo, la exposición a E2
endógeno ha sido sugerida como neuroprotectora y un menor riesgo para la EA. La
exposición a hormonas sexuales endógenas puede ser estimada con base en
factores como la duración de la vida reproductiva (desde la menarquia hasta la
menopausia) y la paridad, incluyendo la edad del primer embarazo y la duración
de la lactancia. Algunos estudios también incluyen al peso y el índice de masa
corporal después de la menopausia, el número de abortos y la duración del uso
de anticonceptivos orales (AO) y terapia de reemplazo hormonal. Sin embargo, un
estudio reciente reporta que la proliferación de células T reguladoras (Treg),
la cual es mayor en el primer trimestre de la gestación, podría ser más
relevante para el riesgo de EA que la exposición estrogénica. Las células Treg son linfocitos T que no
activan el sistema inmune sino que detienen la respuesta inmune cuando no es
necesaria, un mecanismo que es vital para la tolerancia materna al feto. La
proliferación de células Treg durante el embarazo podría influir en las
trayectorias de envejecimiento cerebral más tarde en la vida. Por otra parte,
la paridad ha sido relacionada con patologías cerebrales similares a la EA como
depósito neurofibrilar y placa neurítica y
riesgo de EA, con mayor riesgo en las mujeres con cinco o más embarazos.
Otro mecanismo a través del cual el embarazo
puede influir en el envejecimiento cerebral es el microquimerismo, la presencia
por largo tiempo de células fetales en el cuerpo materno por transferencia a
través de la barrera placentaria durante el embarazo. El microquimerismo
involucra interacciones biológicas entre células fetales y maternas después del
parto. Las células quiméricas fetales inicialmente son indiferenciadas y pueden
madurar en varios tipos de células en el cuerpo materno, incluyendo linfocitos
T funcionales como células T ayudadoras y células T killer en células gliales y
neuronas. Las adaptaciones relacionadas con el embarazo en la barrera
hematoencefálica (BHE) pueden proporcionar la oportunidad para que las células
microquiméricas puedan establecerse en el cerebro.
Los efectos del microquimerismo fetal sobre
la salud y enfermedad neurales son actualmente motivo de debate. Por ejemplo, la
detección de cromosoma Y que se origina
en embarazos previos con feto masculino ha sido relacionada con esclerosis
sistémica, la cual tiene un pico en los años post-reproductivos. En conexión
con esto, se ha sugerido que el
microquimerismo podría disparar en las células la inflamación alogeneica, una
respuesta inflamatoria genéticamente disímil y por tanto inmunológicamente
incompatible. El microquimerismo fetal persistente también es común en mujeres
sanas y mientras algunos estudios sugieren que la paridad está involucrada en
el aumento de riesgo de enfermedad autoinmune, otros estudios no evidencian tal relación. Por otra parte, los
procesos inflamatorios, en combinación con factores genéticos y ambientales,
pueden contribuir a incrementar la susceptibilidad a psicopatologías
relacionadas con el embarazo, incluyendo la depresión, conocida por su influencia en la salud
cerebral. Entonces, el microquimerismo fetal puede proporcionar un enlace entre
la inmunología relacionada con el embarazo, la salud mental materna y los
procesos de envejecimiento neural a través de mecanismos comunes.
La inmunosenescencia es un término que
describe el deterioro de la inmunidad humana con el envejecimiento, comprende
un aumento de la inflamación y una disminución de la inmunidad protectora. En
la mujer, el envejecimiento cronológico es concomitante con el envejecimiento
endocrino, el cual se caracteriza por disminución en la función reproductiva
durante la transición a la menopausia (edad promedio 51,4 años). La menopausia
se define como la ausencia de período menstrual por un año y caracteriza por
una marcada disminución de los niveles de hormonas ováricas y secreción
desincronizada de hormonas
hipofisarias. El último período menstrual
es precedido por la perímenopausia con una duración promedio de cuatro años e
involucra una gradual y fluctuante disminución de E2. La disminución de la
función de las hormonas ováricas durante la perimenopausia está asociada con un aumento de la
inflamación de bajo grado crónica, la cual promueve la insuficiencia ovárica e
incrementa el riesgo para desarrollar
obesidad, EA y desórdenes autoinmunes. La disminución de la función de
las hormonas ováricas en la perimenopausia también aumenta el riesgo para
osteoporosis e induce cambios metabólicos que predisponen a la mujer a enfermedades
cardiovasculares y diabetes, e inducen síntomas físicos y psicológicos que
pueden ser debilitantes, incluyendo oleadas de calor, sudoración nocturna,
atrofia urogenital, disfunción sexual y disturbios cognitivos. La mayoría de
mujeres (80%) experimentan tales síntomas durante la perimenopausia y la
inmunorregulación alterada representa un
mecanismo prominente que subyace a esta constelación de efectos también
conocida como síndrome menopáusico.
La transición a la menopausia se caracteriza
por cambios neurales como disminución del metabolismo cerebral de la glucosa,
reducción en el volumen de la sustancia blanca y la sustancia gris en regiones
vulnerables a la EA, aumento de depósitos de β-amiloide y cambios en la función
neurológica. Todos estos procesos están interconectados. Por ejemplo, para
compensar la disminución del metabolismo de la glucosa, el cerebro de la mujer
inicia el catabolismo de la sustancia blanca como una fuente de cuerpos
cetónicos como combustible bioenergético para generar energía en forma de
adenosina trifosfato. El catabolismo de la sustancia blanca como fuente
energética alternativa puede contribuir a las oleadas de calor durante el sueño
en las mujeres sin enfermedad cardiovascular. El catabolismo de sustancia
blanca es más común en mujeres que en hombres, particularmente en regiones
profundas y periventriculares. Esta diferencia puede no ser significativa antes
de los 50 años, sugiriendo que la transición a la menopausia puede tener
considerable influencia sobre la integridad de la sustancia blanca en el
cerebro de la mujer. La extensión en la cual la sustancia blanca es preservada
en el envejecimiento puede depender de la exposición de la mujer a los
estrógenos durante los años reproductivos. Por ejemplo, los altos niveles de E2
durante el ciclo menstrual han sido asociados con un aumento de la integridad
de la sustancia blanca en el hipocampo. El uso de AO también puede modular la
microestructura de la sustancia blanca durante los años reproductivos.
El estrógeno es un regulador master de la
función metabólica y la disminución en E2 en la menopausia coincide con un
déficit bioenergético en el cerebro. Activados por E2, los receptores nucleares
de estrógeno, ER-α y ER-β, promueven la expresión de genes relacionados con el transporte
de glucosa, el metabolismo de la glucosa y la función mitocondrial, mientras
simultáneamente suprimen la expresión de genes relacionados con el metabolismo
de cuerpos cetónicos, inflamación y generación de β-amiloide. El E2 regula el
sistema bioenergético en el cerebro a través del receptor de estrógeno acoplado
a proteína G-1 (GPER1) y la activación de las rutas de señalización Akt y MAPK/ERK.
Durante la perimenopausia, los receptores ER-α, ER-β y GPER están desacoplados
del sistema bioenergético, resultando en un estado hipometabólico asociado disfunciones neurológicas. Mientras el
cerebro puede ser capaz de adaptarse a
los cambios en la red de receptores de estrógeno en la perimenopausia, estos
procesos también pueden dar origen a síntomas
neurológicos como disfunción cognitiva, particularmente en mujeres con
baja capacidad para adaptación neuroplástica.
Los receptores de estrógenos están
ampliamente expresados en la mayoría de células del sistema inmune y el E2 ha
sido implicado en todos los aspectos de la función inmune incluyendo respuestas
innatas, adaptativas, humorales y mediadas por células. Los cambios en estos
mecanismos regulados por E2 pueden aumentar la vulnerabilidad a enfermedades
autoinmunes como la EA. Más específicamente, la transición a la menopausia
puede potenciar la inflamación por cambios en la biología de las células T e
incrementar los niveles de citoquinas. El E2 impacta la activación, la
proliferación y el potencial patógeno de las células T. Las células T son un
tipo de linfocito que juegan un rol central en las funciones inmunes innatas y
son una de las principales fuentes de citoquinas. Durante los años
reproductivos, las mujeres tienen mayores niveles de células T CD4+ que los
hombres. Con la menopausia, la cantidad de células T CD4+ disminuye así como
también el número de células B involucradas en la producción de anticuerpos,
provocando una disminución de la adaptación inmune. El E2 también aumenta el
número de células Treg y la disminución de los niveles de E2 durante la
menopausia puede provocar una depleción de células Treg y, por tanto,
incrementar el riesgo de desórdenes autoinmunes. Entonces, la disminución de
los niveles de E2 en la menopausia puede resultar en bajos niveles de citoquinas
anti-inflamatorias, lo cual en combinación con el incremento en los niveles de
citoquinas pro-inflamatorias perturba el balance Th1/Th2 y favorecer un
ambiente Th1-dominante que incrementa la susceptibilidad a la actividad
pro-inflamatoria y las enfermedades autoinmunes.
El E2, además de reclutar y activar células
T, también impacta a otras células en el sistema nervioso central. Por ejemplo,
la disminución de E2 ha sido relacionada
con un aumento de la reactividad de microglias y astrocitos en el cerebro. Las
microglias son macrófagos inmunocompetentes residentes en el cerebro
involucrados en la remoción de los restos de neuronas degeneradas. Sin embargo,
las microglias persistentemente activadas
pueden incrementar el daño neuronal a través de la regulación al alza de
moléculas MHC clase II, citoquinas inflamatorias, sustancias reactivas de
oxígeno (ROS) y de nitrógeno (RNS) que exacerban el daño primario y pueden
promover el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas como la EA. Los
receptores de estrógenos están presentes en las microglias y el E2 ejerce un
efecto anti-inflamatorio sobre la activación de microglias de una manera dependiente de dosis. Adicionalmente,
el E2 con sus propiedades anti-inflamatorias ejerce actividad neuroprotectora
en el cerebro a través de la modulación de otros tipos de células como: (1)
neuronas, a través de acciones anti-apoptosis y neurotróficas; (2) stem cells
neurales, induciendo su proliferación; (3) células astrogliales, promoviendo la
secreción de moléculas neuroprotectoras; (4) células endoteliales, en las
cuales el E2 actúa reduciendo la expresión de moléculas de adhesión y otros
factores que reclutan leucocitos circulantes. Esta última acción del E2 puede
ser de particular importancia para la integridad de la BHE. Formada por
astrocitos, células endoteliales y pericitos, la BHE trabaja como una barrera
física entre el sistema nervioso central y las células inmunes circulantes.
La reducción relacionada con la menopausia de
los niveles de otras hormonas como E1, andrógenos y progesterona así como el
incremento en los niveles de gonadotropinas (FSH y LH) puede influir en la
función inmune. El E1 es el más prevalente, pero menos potente, estrógeno
endógeno durante la menopausia y es producido por la aromatización periférica
de andrógenos (testosterona y androstenediona). Los bajos niveles de E1 han
sido asociados con mayor mortalidad y reducida densidad mineral ósea en mujeres
postmenopáusicas. Mientras los efectos de E1 sobre procesos inflamatorios y el
envejecimiento cerebral en la mujer son bastante desconocidos, los estudios
indican potentes efectos anti-inflamatorios de los andrógenos y la progesterona
sobre las respuestas inmunes celular y humoral. Aunque los andrógenos son
producidos continuamente por los ovarios y la glándula adrenal a través del período postmenopáusico, sus
niveles disminuyen con el incremento de la edad. Los bajos niveles de
andrógenos han sido reportados en enfermedades autoinmunes relacionadas con Th1como
AR y EM, tanto en pacientes masculinos como femeninos, particularmente durante
la fase activa de la enfermedad. Esto está en línea con investigaciones que
demuestran que la testosterona aumenta la producción de citoquinas Th2 e inhibe
la diferenciación de Th1. Sin embargo, los efectos de los andrógenos difieren
entre los sexos. Únicamente en mujeres, los andrógenos son capaces de convertir
directamente células T periféricas en células Treg, lo cual obstruye la
respuesta inmune cuando no es necesaria.
En combinación con bajos niveles de E2, la acelerada reducción de los
niveles de andrógenos después de la menopausia puede exacerbar un ambiente Th1
dominante, incrementando el riesgo para actividad autoinmune. Con relación a la
progesterona, los altos niveles de progesterona también pueden suprimir la
actividad de AR y EM a través de la inhibición de rutas Th1. Durante la
perimenopausia, los niveles de progesterona disminuyen rápidamente, contribuyendo a la emergencia de un ambiente
inmune Th1 a través de la pérdida del control inhibidor sobre rutas Th1.
La disminución en E2 durante la menopausia
también está acompañada por un incremento en los niveles de FSH y LH, los
cuales están asociados con la maduración y activación de células T y la
producción de citoquinas. Los niveles elevados de FSH pueden contribuir a la
génesis de osteoporosis postmenopáusica por estimulación directa de la producción
de TNF-α en granulocitos y macrófagos de la médula ósea.
En conclusión, la evidencia sugiere que el
embarazo y la menopausia involucran complejas y dinámicas regulaciones inmunes
que pueden jugar un rol crítico en las trayectorias de envejecimiento cerebral.
Dos mecanismos a través de los cuales las adaptaciones inmunes relacionadas con
el embarazo podrían modular el envejecimiento cerebral de la mujer son la
elevación de células Treg y la potencial
transferencia de células fetales inmunocompetentes durante el embarazo. Ambos
procesos pueden conferir un efecto protector sobre los procesos inflamatorios
de la menopausia más tarde en la vida. El embarazo y la menopausia se
caracterizan por cambios contrastantes, mientras la transición a la menopausia dispara un fenotipo Th1 involucrando un mayor riesgo
para actividad autoinmune y daño neuronal, el embarazo favorece un ambiente
Th2, el cual antagoniza la emergencia de células Th1. Combinado con las
acciones inmunosupresoras de los andrógenos y la progesterona, los efectos
inmunoestimuladores de los estrógenos modulan el intricado balance entre Th1 y
Th2 necesario para la defensa contra patógenos, tolerancia inmunológica y
autoinmunidad.
Fuente: Barth C,
Lange AG (2020). Towards an understanding of women´s brain aging: the
immunology of pregnancy and menopause. Frontiers in Neuroendocrinology 58:
100850.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario