Autofagia y
longevidad
Una característica del envejecimiento es la
acumulación de varias formas de daño
molecular que se manifiestan como
malfuncionamiento de organelos, enzimas defectuosas, agregados de
proteínas o mutaciones de ADN. Concomitantemente aumenta la incidencia de
enfermedades crónicas como
neurodegeneración, diabetes tipo II o cáncer. Por lo tanto, uno de los
principales retos para la medicina del
futuro, más que proporcionar
tratamientos sintomáticos, es el desarrollo de estrategias para
prolongar una vida saludable atacando la etiología de los desordenes relacionados con la edad.
En este contexto, una de las herramientas más prometedoras en el camino
hacia un tratamiento causal del envejecimiento es la autofagia, un
programa celular para la remoción de los componentes celulares dañados y la
digestión de macromoléculas intrínsecas
de la célula en un estado de reducción
de recursos nutricionales. A partir de
la descripción de los lisosomas
en la década de 1950 se han descubierto diferentes rutas de degradación
mediadas por lisosomas. La
macroautofagia (o simplemente autofagia)
constituye un mecanismo a través del cual
los organelos o moléculas citoplasmáticos son secuestrados en vesículas de doble membrana
llamadas autofagosomas que se fusionan
con los lisosomas para la digestión del contenido. Además de su rol en la movilización de
macromoléculas endógenas cuando los nutrientes extracelulares son escasos, la
autofagia contribuye al mantenimiento de
la homeostasis y a evitar el estrés
proteotóxico, atenuando o evitando por
consiguiente los procesos asociados con la edad y
favoreciendo la protección
celular.
El descubrimiento de diferentes intervenciones genéticas
y farmacológicas que afectan la
autofagia ha facilitado la descripción molecular detallada de la maquinaria
autofágica, la cual es altamente
conservada en un amplio
espectro de organismos eucariotes, desde
levaduras Saccharomyces cerevisiae hasta metazoos como Caenorhabditis elegans, Drosophila melanogaster
y mamíferos. La identificación inicial de genes relacionados con la
autofagia se llevo a cabo en S.
cerevisiae, en quien la autofagia es esencial para la respuesta a la falta de nutrientes. El proceso de
autofagia puede ser descrito en tres etapas: regulación, formación y degradación. Primero, las señales
extracelulares son transmitidas a la
maquinaria autofágica. En todos los organismos estudiados, la respuesta autofágica
a la falta de nutrientes es regulada por
cascadas de señalización que incluyen a
las quinasas sensoras de nutrientes TOR, la proteína ribosomal S6 quinasa (S6K) y la RAC-α serina/treonina
proteína quinasa (Akt). La regulación
hacia abajo de estas rutas (por ejemplo,
en condiciones de depleción de
nutrientes y factores de crecimiento)
resulta en una regulación hacia arriba de la actividad autofágica. Otras
quinasas como la sensora del estatus energético
celular AMPK y la desacetilasa sirtuina 1 (SIRT1) son reguladoras
positivas de la autofagia.
La restricción calórica (RC) es la estrategia más
efectiva para inducir autofagia, pues activa múltiples rutas reguladoras. Por
ejemplo, la RC provoca la inhibición del complejo TOR1 (TORC1) y la
activación de AMPK, la cual a su vez
activa al complejo quinasa 1 similar a
Unc-51 (ULK1) y a la acetiltransferasa MEC-17 que estimula la maquinaria de
transporte de microtúbulos, indispensable para la autofagia. Adicionalmente, la
RC estimula a la SIRT1, la cual
desacetila -y por lo tanto activa- proteínas autofágicas esenciales. Por el
contrario, las señales de crecimiento celular como el IGF-1 suprimen la
autofagia a través de la activación de Akt, la cual inhibe al TSC1/2, represor de
TORC1. El TORC1 activo inhibe al complejo
ULK1 y en paralelo desrreprime la translación de proteínas vía inactivación de
S6K e inhibición del represor de la
translación, la proteína 1 de unión al factor de iniciación 4E (4E-BP1).
La segunda etapa de la autofagia involucra a las proteínas
ATG que guían la generación de vesículas de doble membrana para ingerir al
material citoplasmático. La evidencia actual sugiere que estos fagoporos derivan de la interfase mitocondria-retículo
endoplásmico. Adicionalmente, los endosomas reciclados pueden liberar partes de la membrana plasmática que son marcadas
por la ATG16L1en la maquinaria autofágica. La elongación del fagoporo involucra al aATG6 (también conocida como Beclin-1)
que a través de su interacción con diferentes proteínas de unión constituye una
plataforma para la integración de rutas de muerte celular programada y
autofagia. Varias proteínas ATG que interactúan con la ATG16L1 como la ATG5 y
la ATG12 contribuyen a estabilizar los fagoporos.
En la tercera etapa de la autofagia, el material celular
seleccionado para su degradación es encerrado por los fagoporos, formando
autofagosomas vesiculares que se fusionan
con los lisosomas para llevar a
cabo la digestión del material. La carga
del contenido autofágico es promovida por la familia de proteínas ATG8
similares a ubiquitina, incluyendo a la proteína 1 asociada a microtúbulos,
cadena ligera 3 (LC3). La LC3, después de su lipidación bajo la guía de la
ATG7, se incorpora al fagoporo y dirige
el atrapamiento del material
seleccionado para la degradación
mediante el reconocimiento de proteínas que contienen regiones que
interactúan con LC3 (LIR). Una prominente proteína que contiene LIR es la sequestosoma
1 (o p62), la cual reconoce proteínas
poliubiquitinadas dañadas. La LC3 también se une a la cardiolipina en la membrana externa de mitocondrias defectuosas de neuronas en el
proceso de autofagia selectiva (conocida
como mitofagia), la cual contribuye a la citoprotección por autofagia.
La evidencia acumulada sugiere que las modificaciones
post-translacionales, como la acetilación de proteínas, representan otra forma de regulación de la autofagia. Dos estudios recientes
demuestran que la concentración en el núcleo y el citoplasma de acetil-CoA, el
único donador de grupos acetil para la acetilación de proteínas, se
correlaciona inversamente con la tasa de autofagia en células humanas y de roedores. Los
inductores comunes de la autofagia como
la rapamicina y la RC fallan en las
células con concentraciones nucleocitoplasmáticas elevadas de acetil-CoA y por
lo tanto con acetilación de proteínas aumentada. Estos hallazgos acentúan el
rol central de la acetil-CoA como
represor de la autofagia. La depleción de acetil-CoA, la cual puede ser
activada fisiológicamente por la RC o el
ayuno, provoca autofagia vía
desacetilación de proteínas. Durante el ayuno de corta duración, las reacciones
de desacetilación pro-autofágicas afectan principalmente proteínas
citoplasmáticas como las proteínas ATG.
Mientras, en la RC de larga duración, la regulación transcripcional contribuye
a los efectos pro-autofágicos de la
depleción de acetil-CoA. Aunque las
reacciones de desacetilación en general
favorecen la autofagia, hay proteínas individuales cuya acetilación por acetiltransferasas favorece la
autofagia. Por ejemplo, la
acetilación de H4K16 por la histona
acetiltransferasa KAT8 estimula la expresión
de niveles letales de productos
de los genes relevantes de la autofagia.
La autofagia también es controlada por
factores de transcripción específicos como el FOXO3A, el cual a su vez
es controlado por varias desacetilasas
como SIRT1 e HDAC1. Las stem cells hematopoyéticas que carecen de FOXO3A exhiben una respuesta autofágica reducida a
los cambios metabólicos en el microambiente
de la medula ósea, lo que compromete su función a largo plazo y
precipita su envejecimiento.
En condiciones de laboratorio, la vida de organismos como
levadura, C elegans y Drosophila puede ser extendida por manipulaciones
nutricionales, farmacológicas o genéticas. Estas manipulaciones usualmente
fallan si se inactiva la autofagia. Por ejemplo, el tratamiento con espermidina, un inhibidor de la acetiltransferasa, falla si los genes esenciales de la autofagia
son inactivados. Más aún, la extensión de la vida disparada por la RC en C elegans depende de
la expresión de SIRT1 y de una autofagia funcional. Por otra parte, en humanos y ratones, el bajo
consumo de proteínas está asociado con un
menor riesgo de enfermedades
relacionadas con la edad y mortalidad, probablemente a través de la
reducción de la señal IGF-1, un
importante regulador negativo de la autofagia.
El aporte reducido del aminoácido metionina incrementa la longevidad en varias especies,
posiblemente por la activación de un
estado similar a la RC y en levaduras, la restricción de metionina extiende la
vida de una manera dependiente de autofagia.
La demostración que la deficiencia de autofagia puede
acelerar el envejecimiento sugiere que
una actividad autofágica aumentada puede prolongar la vida sana, especialmente si los niveles fisiológicos de autofagia son
insuficientes para contrarrestar el daño
celular asociado con la edad. Las manipulaciones genéticas diseñadas para incrementar la autofagia son
capaces de extender la vida en varias especies. Por ejemplo, en ratones, la
sobreexpresión de ATG5 debida técnicas
transgénicas aumenta el tiempo de vida y mejorar varias características del envejecimiento,
incluyendo la sensibilidad a la insulina.
La sobreexpresión de otros elementos claves de la maquinaria
autofágica como ATG12 o LC3/ATG8
contribuye a mejorar la duración de la vida y el mantenimiento mitocondrial en
modelos in vitro del envejecimiento humano, lo cual sugiere que los efectos
beneficiosos de la expresión sostenida de proteínas pro-autofágicas puede ser
corroborada en el sistema humano, o al
menos en células humanas.
La RC es una intervención nutricional simple que estimula
la autofagia de una manera muy potente, pero generalmente es contraindicada porque causa pérdida de
peso, pobre cicatrización de las heridas
y disconfort general. En su
lugar, se prefiere la inducción
farmacológica de la autofagia para el tratamiento de patologías relacionadas con la edad,
particularmente enfermedades neurodegenerativas. La rapamicina, inhibidor
del TOR, es un potente inductor de la autofagia
(a través de la inhibición del
TORC1) que extiende la duración de la vida en una variedad de organismos, pero
presenta severos efectos colaterales como resistencia a la insulina,
intolerancia a la glucosa, degeneración testicular y cataratas. La mayoría de estos efectos colaterales han
sido atribuidos a la inhibición crónica del TORC1.
El fenol natural resveratrol, activador de desacetilasas
(en particular SIRT1), induce autofagia
y extiende la duración de la vida de levaduras, moscas y nematodos. Aunque el
resveratrol no promueve la longevidad en ratones con una alimentación estándar,
puede mejorar la salud e incrementar el tiempo de vida de ratones alimentados con dietas ricas en
grasas. Por otra parte, la administración de café (rico en polifenoles) a
ratones induce autofagia con una concomitante disminución en la acetilación de proteínas. Las poliaminas naturales inhiben la
acetiltransferasa y median efectos
beneficiosos que extienden la longevidad. Por ejemplo, la espermidina prolonga
el tiempo de vida de levaduras, moscas y nematodos de una manera dependiente de
autofagia. La ingeniería genética de la
microbiota intestinal con la finalidad
de incrementar la síntesis de poliaminas en el intestino también
prolonga la vida de ratones. En general,
los agentes que favorecen la desacetilación de proteínas (como el resveratrol)
o que inhiben la acetiltransferasa (como la espermidina) pueden extender la
longevidad de una variedad de organismos.
Los mecanismos que median los efectos pro-supervivencia
de la autofagia son: proteostasis,
metabolismo, muerte celular programada, hormesis, inflamación y
oncogénesis. (1) La proteostasis es la función citoprotectora de la autofagia
relacionada con su capacidad para
remover agregados proteotóxicos que se acumulan con el envejecimiento. Varios desordenes neurodegenerativos asociados con la edad como la enfermedad de
Alzheimer y la enfermedad de Parkinson
están relacionadas con la acumulación de restos proteináceos. Los programas celulares que favorecen un estado euproteómico, como el
sistema proteasoma-ubiquitina que degrada proteína, solamente eliminan oligomeros relativamente pequeños. Por el contrario, la
autofagia tiene la capacidad para remover agregados de proteínas más grandes. (2) Además de su rol en la proteostasis, hay
evidencia que la autofagia está involucrada en el metabolismo. Por
ejemplo, está demostrado que las gotas
de lípidos, organelos celulares que
regulan la homeostasis de los lípidos,
pueden ser degradadas por la maquinaria autofágica en un proceso llamado lipofagia. Dado que los niveles de
autofagia disminuyen con la edad, la reducción de la movilización de los
depósitos de lípidos puede contribuir a la acumulación de lípidos en el
hígado y patologías relacionadas como la
esteatosis hepática. A su vez, los excesivos niveles de lípidos, especialmente
ácidos grasos libres, inhiben la autofagia
al impedir la fusión de los autofagosomas con los lisosomas.
Asimismo, se ha reportado que los
lípidos de la dieta alteran el perfil lipídico lisosomal y por lo tanto
interfieren con las rutas autofágicas. Las
alteraciones de la autofagia disparadas por lípidos pueden ser tejido específicas, algunos
estudios han demostrado elevados niveles de autofagia en tejido adiposo de pacientes obesos. (3) En la autofagia se
libera la proteína anti-apoptosis Bcl-2 a partir de Beclin-1. Este mecanismo
asegura que el daño celular pueda ser aclarado por autofagia antes de inducir
muerte celular. La maquinaria autofágica
puede detectar -y disponer de-
mitocondrias dañados que liberan factores pro-apoptosis y especies reactivas de
oxigeno. Este mecanismo puede contribuir al incremento de la autofagia que
comúnmente se observa en las miopatías. La
autofagia puede actuar como un mecanismo de mantenimiento de la masa muscular y contrarrestar la atrofia muscular relacionada con la
edad. El ejercicio, que generalmente
protege contra las enfermedades relacionadas con la edad, induce autofagia en
el músculo esquelético por un mecanismo controlado por la Bcl-2. (4) La
hormesis es un fenómeno que se observa
cuando la exposición a dosis bajas de un estresor induce resistencia a dosis mayores del mismo estresor. Este efecto protector es mediado por la
autofagia, la cual puede gobernar la destoxificación celular que proporciona a
la célula más resistencia a estresores
relacionados con la edad como agregados de proteínas o especies reactivas de
oxígeno. (5) La reducción relacionada
con la edad en la autofagia se
correlaciona con una variedad de síntomas relacionados con el
envejecimiento incluyendo un incremento
general en la inflamación. La autofagia
puede facilitar el aclaramiento de células dañadas y potencialmente
peligrosas reduciendo la propensión de los leucocitos para producir citoquinas
pro-inflamatorias. (6) Los defectos en la autofagia han sido relacionados con
el desarrollo de cáncer. Esto ha sido extensamente documentado en ratones que
expresan niveles reducidos de genes
relevantes para la autofagia como aquellos que codifican a la Beclin-1.
En conclusión, la vida puede ser prolongada por
limitación calórica o por agentes farmacológicos que lleven a cabo los efectos
de la restricción calórica. Tanto el ayuno como la inactivación genética de las
señales de los nutrientes convergen en
la inducción de la autofagia, un proceso de reciclaje citoplasmático que contrarresta la
acumulación relacionada con la edad de proteínas y organelos dañados en las células. La inhibición de
rutas de señalización relacionadas con el crecimiento, así como la regulación hacia arriba de rutas
anti-envejecimiento, favorece la extensión de la vida a través de la inducción de la autofagia.
Tres son las principales funciones de la autofagia en la citoprotección:
atenuar el estrés celular en condiciones
de disponibilidad fluctuante de nutrientes, remover organelos
disfuncionales y peligrosos, y aclaramiento
de agregados de proteínas potencialmente tóxicos. La autofagia no solo
es necesaria sino que, en algunos casos,
suficiente para incrementar la longevidad.
Fuente:
Madeo F et al (2016). Essential role
for autophagy in life span extension. The Journal of Clinical Investigation 125: 85-93.