Testosterona: una hormona
metabólica
La testosterona es una hormona que juega un papel clave en el metabolismo
de carbohidratos, lípidos y proteínas. Es bien conocido que la testosterona
influye grandemente en la composición de la grasa corporal y la masa muscular
en los varones y que su deficiencia está
asociada con un incremento de la masa grasa (en particular adiposidad
central), reducida sensibilidad a la
insulina, tolerancia a la glucosa
alterada, niveles sanguíneos de triglicéridos y colesterol elevados y niveles
sanguíneos de HDL-colesterol bajos. Todos estos factores, presentes en el síndrome metabólico y en la
diabetes tipo 2, contribuyen al riesgo
cardiovascular. Los estudios clínicos
demuestran que la terapia de reemplazo de testosterona en hombres con
deficiencia de andrógenos mejora la resistencia a la insulina así como el
control glucémico y también reduce la masa grasa, el colesterol y los
triglicéridos.
La causalidad de la relación entre una concentración baja de testosterona y el incremento de la grasa corporal fue propuesta inicialmente en la hipótesis
del ciclo hipogonadismo-obesidad. La testosterona es convertida en 17β
estradiol (E2) por la actividad enzimática de la aromatasa en el
tejido adiposo. Entonces, con una mayor expresión de aromatasa en los adipocitos se produce la
consiguiente reducción de testosterona circulante. La deficiencia de testosterona promueve un
incremento en el número de adipocitos, a través de la estimulación de la “stem
cell” pluripotencial, y de los depósitos de grasa, a través del
incremento en la actividad de la lipoproteina lipasa, lo cual lleva gradualmente
a una mayor disminución en los niveles
de testosterona. Adicionalmente, la retroalimentación negativa que la testosterona
normalmente ejerce sobre el eje hipotálamo-hipófisis ocurre a través de su
aromatización a E2, centralmente
en el tejido adiposo periférico. Por tanto, el exceso de actividad
aromatasa por el incremento en el número de adipocitos en hombres obesos
resulta en la supresión de la secreción
de testosterona mediada por gonadotropinas favoreciendo el progreso del
hipogonadismo. La hipótesis hipogonadismo-obesidad-adipocitoquinas extiende la
hipótesis anterior y explica porque el cuerpo no puede responder a los niveles
bajos de testosterona con la producción compensatoria de andrógenos a través de la secreción aumentada de
gonadotropinas. El E2 y las adipocitoquinas inflamatorias, factor de necrosis tumoral α
(TNFα) e interleucina 6 (IL6), inhiben la producción hipotalámica de GnRH y por
consiguiente la liberación de LH y FSH por la hipófisis, causando un estado de
hipogonadismo hipogonadotrófico. La leptina , una hormona derivada del tejido
adiposo con un rol bien conocido en la regulación del peso corporal y la
ingesta de alimentos, en condiciones normales, también induce la
liberación de LH a través de la
estimulación de las neuronas GnRH hipotalámicas. Las neuronas GnRH, sin
embargo, exhiben pocos receptores de leptina. Las kisspeptinas son péptidos
secretados por neuronas específicas en el hipotálamo y pueden proporcionar el
vínculo funcional entre la leptina y la regulación gonadal pues tienen un papel central en la modulación
de la secreción de GnRH y la subsiguiente
liberación de LH. Las neuronas GnRH poseen el receptor de kisspeptina y las neuronas
kisspeptina expresan el receptor de leptina. En humanos obesos, los adipocitos
producen cantidades elevadas de leptina y el eje hipotálamo-hipófisis se vuelve
resistente a la leptina. Adicionalmente, los receptores de E2 están
presentes en las neuronas kisspeptina y hay evidencia de que la resistencia a
la leptina, la inflamación y los
estrógenos inhiben la liberación
neuronal de kisspeptinas. La leptina
también inhibe directamente la acción
estimuladora de las gonadotropinas sobre las células de Leydig del testículo
para disminuir la producción de testosterona. Por tanto, los niveles elevados
de leptina en la obesidad pueden disminuir el estatus de andrógenos.
La deficiencia de testosterona está asociada con una disminución de la masa
muscular, y la masa muscular está inversamente asociada con la resistencia a la
insulina y la pre-diabetes. 70% de la sensibilidad a la insulina en el cuerpo
tiene lugar en el músculo, y los niveles bajos
de testosterona pueden favorecer
la resistencia a la insulina a través de efectos metabólicos en el músculo. La administración de testosterona induce un
incremento considerable en el contenido de glucógeno muscular en ratas machos
castrados. El tratamiento con testosterona aumentó la expresión y la
translocación de GLUT4 en células
musculares aisladas de humano. Adicionalmente, la testosterona incrementó la
fosforilación de la Akt y la proteína quinasa C, etapas claves en la ruta de
señalización del receptor de insulina
para la regulación de la translocación de GLUT4. Estos efectos fueron
bloqueados por un inhibidor de la dihidrotestosterona, lo que sugiere que la
conversión local de testosterona en dihidrotestosterona puede ser importante
para la captación de glucosa en el músculo. La testosterona también incrementa
la actividad de la hexoquinasa y la fosfofructoquinasa, enzimas claves de la
glucólisis. El tejido muscular también tiene
un rol en el metabolismo de los lípidos. La grasa es oxidada en el hígado y
tejidos extra-hepáticos como el músculo esquelético y este componente del
metabolismo de los lípidos puede ser regulado por la testosterona. La
deficiencia de testosterona inducida por la supresión de esteroides gonadales
en sujetos jóvenes sanos resultó en una disminución significativa de la tasa de
oxidación de lípidos y cambios paralelos en el gasto de energía en reposo con
el consiguiente incremento de la adiposidad. La disminución de la oxidación de
lípidos acoplada con la elevación crónica de ácidos grasos está asociada con un incremento de la
acumulación miocelular de lípidos, particularmente de diacilglicerol y/o ceramida en los miocitos.
La testosterona, aumentando la oxidación de lípidos en el músculo, mejorando los niveles
circulantes de lípidos y sensibilizando
los miocitos a la señal de la insulina y
al metabolismo de la glucosa, puede proteger contra las consecuencias perjudiciales
del metabolismo alterado de los lípidos en la diabetes tipo 2, la obesidad y el
síndrome metabólico.
El hígado tiene un papel prominente en el mantenimiento de la homeostasis
de la glucosa y los lípidos a través de la función de múltiples rutas metabólicas. Sin embargo, los datos
experimentales indican que, además de la
insulina, otras hormonas influyen en el control hepático de la glucosa. En este
sentido, se ha demostrado que la testosterona incrementa la expresión del
receptor de insulina. Por otra parte, el
hígado está expuesto a altas concentraciones de los productos del metabolismo
de los adipocitos (ácidos grasos libres y adipocitoquinas) que pueden inducir
desordenes metabólicos por perturbaciones del metabolismo hepático. Los ácidos
grasos libres disminuyen la extracción
hepática de insulina e incrementan la gluconeogénesis y la resistencia a la
insulina en el hígado. Estos efectos, en última instancia, producen
hiperinsulinemia, resistencia a la insulina sistémica y esteatosis hepática. Una reducción en el metabolismo de los
adipocitos por la testosterona podría reducir la producción de ácidos
grasos y, por tanto, la resistencia a la
insulina. Estudios recientes sugieren que la testosterona puede conferir
algunos de sus efectos beneficiosos sobre el metabolismo hepático de los
lípidos vía conversión a E2 y la posterior activación de receptores
α de estrógenos.
El tejido adiposo juega un
importante papel en la homeostasis de la glucosa y la sensibilidad a la
insulina a través de la regulación del metabolismo de lípidos y glucosa. La
lipólisis en el tejido adiposo es regulada por los andrógenos y puede ser un
mecanismo por el cual la testosterona afecta el almacenamiento de grasas y la
obesidad. La testosterona puede incrementar
la lipólisis a través del aumento del número de receptores
β-adrenérgicos. Adicionalmente, los andrógenos afectan la expresión de varias
enzimas claves involucradas en la lipogénesis. Por otra parte, la testosterona
inhibe la captación de lípidos afectando
la expresión de la lipoproteina lipasa en el adipocito. En la superficie
extracelular de los adipocitos, la lipoproteína lipasa hidroliza las
lipoproteínas circulantes ricas en triglicéridos a ácidos grasos que son
tomados por los adipocitos para
esterificarlos y almacenarlos como triglicéridos. La actividad anormal de esta
enzima contribuye a la patogénesis de la
obesidad. La influencia beneficiosa de
la testosterona sobre la adipogénesis ha sido demostrada también investigando
los efectos directos de la testosterona sobre las “stem cells”. El tratamiento
de las “stem cells” pluripotenciales aisladas de ratón con testosterona estimuló el desarrollo de células del linaje miocitos más que el de
adipocitos. Por el contrario, la deficiencia de testosterona promovió el
desarrollo adipocitos sobre los miocitos. En resumen, la testosterona puede tener
efectos beneficiosos sobre la prevención de la patogénesis de la obesidad porque inhibe la adipogénesis, disminuye la
captación y almacenamiento de triglicéridos, influye en la función de la lipoproteína lipasa y puede
reducir la masa grasa así como incrementar la masa muscular. Esto puede, a su
vez, tener un efecto directo sobre los ácidos grasos circulantes, la secreción
de adipocitoquinas y la resistencia a la insulina.
Fuente: Kelly DM y Jones H (2013). Testosterone: a metabolic hormone in health and disease. Journal of
Endocrinology 217: R25-R45.