Ejerquinas en salud y enfermedad
Evidencia
irrefutable apoya a la actividad física y el ejercicio en la prevención y
tratamiento de enfermedades crónicas como enfermedades cardiovasculares (ECV),
obesidad, diabetes mellitus tipo 2, declive cognitivo y muchos canceres,
mientras aumenta el sistema inmune, la longevidad y la resiliencia. Por el
contrario, la inactividad física está asociada con incremento de la mortalidad.
Aunque los términos ejercicio y actividad
física comúnmente son usados intercambiablemente,
el ejercicio típicamente es registrado como una actividad física intencional
como el entrenamiento aeróbico, el entrenamiento de resistencia o el
entrenamiento de alta intensidad. Por el contrario, la actividad física
comprende al ejercicio así como la actividad ocupacional y/o doméstica. La
promoción de la actividad física es una intervención crítica para reducir la
incidencia y prevalencia de enfermedades metabólicas comunes. La Organización
Mundial dela Salud (OMS) establece que todo adulto debe realizar 150-300
minutos por semana de actividad física de moderada intensidad o 75-150 minutos
de actividad física vigorosa intensidad por semana.
El término ejerquina fue introducido en
2016, aunque el concepto de factores humorales que median los beneficios del
ejercicio ha sido reconocido por mucho tiempo. Una ejerquina es definida como
una señal liberada en respuesta al ejercicio agudo y/o ejercicio crónico que
ejerce sus efectos a través de rutas endocrinas, paracrinas y/o autocrinas.
Como el músculo esquelético comprende aproximadamente un tercio de la masa
corporal y tiene un importante rol en el ejercicio, los efectos de la actividad
física inicialmente fueron atribuidos a
factores sanguíneos, particularmente hormonas secretadas por el músculo
(mioquinas). De las mioquinas, la IL-6 ha sido la más extensamente estudiada
desde su descubrimiento en el año 2000. Posteriormente, se incluyeron factores
humorales relacionados con el ejercicio del corazón (cardioquinas), el hígado
(hepatoquinas), tejido adiposo blanco (TAB; adipoquinas), tejido adiposo marrón
(TAM; batoquinas) y sistema nervioso (neuroquinas) con efectos locales
autocrinos y paracrinos.
Las ejerquinas son secretadas en respuesta
al ejercicio agudo, el cual usualmente es un episodio de ejercicio aeróbico o
de resistencia. El ejercicio crónico también está asociado con factores
humorales alterados, aún en el estado de reposo, sugiriendo que las
alteraciones de las ejerquinas pueden reflejar los efectos del entrenamiento
crónico. La respuesta aguda de las ejerquinas es
influenciada por el tipo de ejercicio, la duración del ejercicio, el estatus
alimentado-ayuno y el tiempo después del ejercicio. En un modelo humano, la
concentración sanguínea de glucosa típicamente se mantiene estable durante el
ejercicio agudo, con el hígado liberando glucosa para el uso en cerebro y
músculo esquelético. Durante el ejercicio, el músculo esquelético también usa lípidos como combustible, los cuales se
originan a partir de los triglicéridos almacenados en el músculo y los ácidos
grasos libres (AGL) liberados por el TAB. Las citoquinas clásicas liberadas
durante el ejercicio agudo, en humanos y modelos animales, incluyen IL-6, IL-8,
antagonista del receptor de IL-1 (IL1-RA) e Il-10. La respuesta de las ejerquinas al
entrenamiento con intervalos de alta intensidad depende de la intensidad del
ejercicio, la mayor intensidad del ejercicio se corresponde con mayores niveles
plasmáticos de IL-6, mientras los niveles de IL-10 permanecen sin cambios en
comparación con los niveles antes del ejercicio. Típicamente, la exposición al
ejercicio agudo comprende respuestas enfocadas en el mantenimiento de la
homeostasis metabólica con la inflamación aguda balanceada por mediadores
anti-inflamatorios. Por el contrario, la exposición a ejercicio crónico está
asociada con respuestas enfocadas en adaptaciones metabólicas de larga duración
y disminución de la inflamación. Los efectos del ejercicio también podrían ser
influenciados por alteraciones en el nivel de receptor de ejerquina, además de
las alteraciones en los niveles plasmáticos de ejerquinas.
En el campo de las ejerquinas, las vesículas
extracelulares (VE) tienen un rol muy importante como transportadoras de
moléculas de señalización. Las VE son estructuras membranosas liberadas por
casi todos los tipos de células con perfiles célula-específicos. Las VE varían
en tamaño entre 150 nm y 1000 nm y pueden transportar proteínas, ácidos
nucleicos y lípidos. El contenido de las VE refleja la composición única y
variada de las células que las liberan. Por ejemplo, en humanos, el ejercicio
agudo incrementa los niveles plasmáticos de varios micro-ARN después del
ejercicio, mientras el ejercicio crónico
incrementa varios micro-ARN en el estado
de reposo, apoyando la posibilidad de los micro-ARN de ejercer sus efectos
endocrinos a través del transporte
basado en VE.
Las
ejerquinas clásicas son citoquinas, de las cuales la IL-6 ha sido la más
extensamente estudiada desde su identificación como mioquina en el año 2000.
Posteriormente, la investigación se
dedicó a examinar los efectos endocrinos
de las ejerquinas, donde las moléculas secretadas por el tejido fuente, como el
músculo esquelético, afectan tejidos distantes. Una percepción común entre la
comunidad científica es que las ejerquinas son citoquinas que ejercen sus
efectos de manera endocrina afectando tejidos distantes del tejido de origen. Las
ejerquinas no son propiamente citoquinas, pero actúan como hormonas,
neurotransmisores o metabolitos asociados con el ejercicio, como catecolaminas,
lactato o AGL que pueden servir como ejerquinas con potencial señal endocrina.
Desde el punto de vista autocrino, las ejerquinas afectan su tejido de origen
acoplando el balance energético con el crecimiento tisular y la homeostasis
metabólica. Por ejemplo, en músculo esquelético, los miocitos secretan factores
como lactato, musclina y miostatina que acoplan el ejercicio a los cambios en
la biogénesis mitocondrial y utilización de sustratos por los miocitos. El músculo esquelético y otros tejidos altamente
metabólicos también pueden secretar ejerquinas para ejercer efectos locales
(paracrinos). Por ejemplo, el músculo esquelético secreta factor de crecimiento
de endotelio vascular (VEGF), angiopoyetina 1 e IL-8 para regular la
angiogénesis tisular, modular el flujo sanguíneo e incrementar la disponibilidad
de nutrientes para apoyar el crecimiento tisular. Los efectos paracrinos
relacionados con el ejercicio también se observan en sistema nervioso, tejido
adiposo, hueso, cartílago, matriz extracelular y sistema inmune.
La actividad física reduce el riesgo de
enfermedades cardiometabólicas y la mortalidad. Los estudios en humanos y
modelos animales apoyan un rol de las ejerquinas aumentando la salud
cardiometabólica. Las ejerquinas también podrían oponerse a múltiples
mecanismos asociados con ECV como inflamación sistémica persistente,
desregulación del balance energético y utilización de combustible. Más aún, el
incremento de la angiogénesis asociado
con ciertas ejerquinas podría mitigar la isquemia. El ejercicio también puede
mejorar la función endotelial. Por ejemplo, la interacción entre endotelio y
ejerquinas como óxido nítrico y VEGF influye en el tono vascular, la
inflamación, la regeneración y la trombosis. El músculo esquelético al
contraerse produce muchas moléculas que pueden actuar sobre el sistema
cardiovascular. Los estudios en humanos y modelos animales demuestran que la
angiopoyetina 1, el factor de crecimiento de fibroblastos 21 (FGF21), IL-6,
IL-8, musclina, mionectina y VEGF aumentan con el ejercicio agudo, mientras en
el ejercicio crónico los niveles plasmáticos de ejerquinas en el estado de
reposo pueden ser variables y discrepantes de los efectos agudos.
El ejercicio facilita la lipólisis en el TAB
proporcionando AGL para utilización como combustible. Aunque esta lipolisis fue
típicamente atribuida a la liberación de adrenalina, el ejercicio agudo en
humanos también libera moléculas adicionales como factor de crecimiento y
diferenciación 15 (GDF15) e IL-6 que afectan la lipólisis. Un potencial efecto
del ejercicio sobre el TAB es la “marronización”, donde el TAB incrementa el
contenido mitocondrial, la tasa metabólica y la producción de calor. El tejido
adiposo también puede secretar ejerquinas. El músculo esquelético puede influir
en la respuesta del tejido adiposo al ejercicio vía secreción de lactato. El
ejemplo típico es el factor de crecimiento transformante-β2 (TFG-β2). En un
modelo de ratón, la exposición a lactato incrementa la expresión de TGF-β2 en
los adipocitos. En el mismo estudio, con el ejercicio crónico se observó un incremento
en la expresión y secreción de TGF-β2,
el cual mejora el metabolismo de la glucosa, la oxidación de lípidos y reduce
la inflamación del tejido adiposo. Hallazgos paralelos se encontraron en
humanos durante el ejercicio crónico,
aunque en un grado menos pronunciado que en el modelo animal.
Las ejerquinas que se originan en múltiples
tejidos tienen la capacidad para la función y el crecimiento del músculo
esquelético. La apelina es un ejemplo de una mioquina que afecta la función del
músculo esquelético. En humanos y modelos animales, el ejercicio incrementa los
niveles de mARN de apelina en músculo esquelético y posiblemente los niveles en
suero de apelina. Las hepatoquinas folistatina y fetuina-A también afectan la
función del músculo esquelético. Por ejemplo, en humanos y modelos animales, el
ejercicio agudo y crónico incrementan la secreción hepática de folistatina, la
cual antagoniza los efectos de la miostatina. La disminución de la función de
la miostatina aumenta el crecimiento del músculo esquelético y mejora el
control glucémico del cuerpo. Aunque el ejercicio agudo en humanos no altera
los niveles plasmáticos de fetuina-A, el
ejercicio crónico puede disminuir los niveles plasmáticos de fetuina-A.
Ejerquinas adicionales involucradas en el crecimiento y desarrollo del músculo
esquelético incluyen a IL-17, IL-15, factor inhibidor de leucemia, sindecan 4 y
miostatina.
El hígado es la fuente de muchas citoquinas
que responden al ejercicio agudo. Estas ejerquinas afectan el metabolismo de
glucosa y/o lípidos. El ejercicio también afecta la microbiota intestinal. El
ejercicio crónico en humanos y modelos animales altera la composición y
capacidad funcional de la microbiota intestinal independientemente de la dieta.
Estos cambios dependientes del ejercicio en la microbiota intestinal pueden ser
independientes del peso, pero dependen de la intensidad, modalidad y
sostenimiento del ejercicio. En humanos, el ejercicio crónico altera la
microbiota intestinal para incrementar la disponibilidad de ácidos grasos de
cadena corta como el butirato. Los cambios en la microbiota intestinal
inducidos por el ejercicio cesan después de un período sedentario de seis semanas.
Los mecanismos por los cuales el ejercicio puede alterar la microbiota
intestinal son múltiples, incluyendo alteración de la expresión de genes de
linfocitos intraepiteliales para un perfil inflamatorio más favorable, el flujo
sanguíneo en el intestino o cambios en la excreción de ácidos biliares.
En humanos, los niveles circulantes de ácido β-aminoisobutírico (BAIBA) aumentan con el
entrenamiento crónico y se correlacionan inversamente con resistencia a la
insulina. Los datos en humanos demuestran que el ejercicio agudo incrementa los
niveles plasmáticos y la expresión en músculo esquelético de fractalquina, una
quimioquina que regula favorablemente la secreción de insulina estimulada por
glucosa, aumentando la función de las células β pancreáticas. El ejercicio
crónico en humanos también reduce los niveles circulantes de fetuina-A y tanto
el ejercicio agudo como el ejercicio crónico aumentan los niveles circulantes
de folistatina. La mioquina IL-6 también está asociada con alteraciones
favorables en la homeostasis de la glucosa. En humanos, la infusión de IL-6
retarda el vaciamiento gástrico y disminuye los niveles postprandiales de
glucosa.
Los efectos del ejercicio crónico sobre el
sistema inmune pueden depender de la intensidad del ejercicio con aumento de la
función por el ejercicio moderado y posibles alteraciones por el ejercicio
intenso. En humanos, el ejercicio agudo inicialmente puede ser
pro-inflamatorio, pero posteriormente este efecto es suprimido por una respuesta
anti-inflamatoria. El incremento en los niveles circulantes de IL-6 inducido
por el ejercicio aumenta los niveles plasmáticos de citoquinas
anti-inflamatorias como IL-1RA e IL-10. La IL-1RA inhibe la señal de
transducción de IL-1β mientras la IL-10 inhibe la producción de citoquinas
pro-inflamatorias como el TNF. Por otra parte, el ejercicio agudo crea un medio
único de ejerquinas que se mantiene hasta varias horas después del cese del
ejercicio proporcionando una ventana temporal para la estimulación de la
función inmune. Por esta razón, el ejercicio potencialmente podría servir como
un co-adyuvante en la terapia para el cáncer. Más aún, el enfoque contemporáneo
sobre el músculo esquelético considera al músculo un órgano
inmunorregulador que afecta especialmente el tráfico de linfocitos y
neutrófilos y la inflamación. La IL-13 es una citoquina que media la
polarización anti-inflamatoria de macrófagos residentes en el TAB e incrementa
en la circulación después del ejercicio en humanos y ratones. La IL-13 es
producida por células linfoides innatas tipo 2 en el músculo esquelético.
Los efectos del ejercicio sobre el cerebro
son más aparentes en el hipocampo, una parte del cerebro involucrada en el
aprendizaje y la memoria. Estudios preclínicos, observacionales e
intervencionistas en humanos demuestran que la actividad física puede prevenir
o retardar el inicio de condiciones neurodegenerativas. En humanos, el
ejercicio agudo incrementa los niveles plasmáticos del factor neurotrófico
derivado del cerebro (BDNF). En roedores, el ejercicio crónico regula al alza
al BDNF en el hipocampo, lo cual es esencial para la neurogénesis hipocampal en
adultos y la plasticidad neural. El ejercicio crónico en roedores también
aumenta la plasticidad sináptica en el hipocampo, la neurogénesis en el adulto,
los niveles de neurotrofina y la función de memoria. Factores liberados por
tejidos no neurales que por vía sanguínea llegan al cerebro tiene roles
importantes en la plasticidad sináptica y la función de memoria. Por ejemplo,
la adiponectina secretada por los adipocitos tiene efectos neuroprotectores,
además de sus efectos sensibilizadores a la insulina, anti-inflamatorios y
anti-aterogénesis. En humanos, el ejercicio agudo incrementa los niveles
plasmáticos, pero disminuye los niveles de adiponectina en líquido
cefaloraquídeo. En modelos animales, las mioquinas tienen un importante rol en
la neurogénesis del hipocampo, los
niveles de neurotrofina y el aumento de la cognición. Por otra parte, el hígado
secreta factores que son importantes para la función cerebral. La kinurenina,
un metabolito del triptófano, sintetizado primariamente en el hígado, la cual al ser convertida en
ácido kinurénico es incapaz de cruzar la barrera hemato-encefálica. Este cambio
en el metabolismo de la kinurenina es capaz de proteger al cerebro de la depresión inducida por estrés.
El ejercicio, especialmente el ejercicio de
resistencia, incrementa la densidad mineral ósea. Múltiples mecanismos existen,
aunque la carga mecánica es considerada el factor principal. Los factores
derivados del hueso asociados con el ejercicio que afectan la formación de hueso incluyen TGFβ1 y esclerostina. La
esclerostina inhibe la formación de hueso y los niveles sanguíneos son más
bajos en humanos altamente activos que en humanos sedentarios. Los datos
emergentes demuestran que existe una interacción entre hueso y músculo
esquelético probablemente mediada por factores secretados. Las mioquinas que
afectan al hueso incluyen apelina, miostatina, irisina, IL-6, IL-7 y BAIBA.
En conclusión, las ejerquinas son definidas
como moléculas de señalización liberadas en respuesta al ejercicio agudo y
crónico y ejercen sus efectos a través
de rutas endocrinas, paracrinas y autocrinas. Una multitud de órganos, células
y tejidos liberan estos factores. La investigación contemporánea incluye,
además del músculo esquelético, otras
fuentes y blancos para las ejerquinas que contribuyen al mantenimiento y restauración de la salud. Las ejerquinas son
reconocidas como mediadores críticos de los cambios relacionados con el
ejercicio y los beneficios para la salud, particularmente en su rol en la
comunicación y coordinación
inter-órganos y sistémica.
Fuente: Chow LS et
al (2022). Exerkines in health, resilience and disease. Nature Reviews
Endocrinology 18: 273-289.
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